¿A quién iremos?

Por: Andrés Carrera

Si hay algo de lo que podemos estar seguros, es que en nuestra vida cristiana, pasaremos por momentos en que dudaremos de nuestra fe.

Sobre todo en los momentos de transiciones en nuestra vida, la duda va a llegar. De hecho, deberíamos preparar a nuestros niños, adolescentes y jóvenes para que cuando se produzca el cambio de una etapa a otra y con eso, nuevos desafíos y dudas, ellos tengan claro que cualquier alternativa a la vida cristiana, solo los llevará a una, que sea egoísta y sin propósito.

Esta es la misma encrucijada a la que se enfrentaron los primeros seguidores de Jesús.“Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva. Los judíos comenzaron a disputar acaloradamente entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Ciertamente les aseguro –afirmó Jesús– que si no comen la carne del Hijo del hombre ni beben su sangre, no tienen realmente vida.  El que come* mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él.  Así como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, también el que come de mí, vivirá por mí.Este es el pan que bajó del cielo. Los antepasados de ustedes comieron maná y murieron, pero el que come de este pan vivirá para siempre.  Todo esto lo dijo Jesús mientras enseñaba en la sinagoga de Capernaúm. Al escucharlo, muchos de sus discípulos exclamaron: “Esta enseñanza es muy difícil; ¿quién puede aceptarla?” (Jn.6: 53 al 60).

¿Cuántas veces lo que Jesús nos dice nos parece muy difícil? No sé si los que escuchaban, creían que esto era una especie de canibalismo, o si entendieron con claridad que el seguir a Jesús significaba ser uno con Él, quitándoles su identidad religiosa en la que ellos tanto confiaban.

Por esto algunos de ellos decidieron abandonarlo (Jn.6: 61 al 66).

Para nosotros, lo difícil puede ser dejar una relación que no es agradable a Él, o un negocio donde tenemos que hacer trampa, o un hábito que es tan de nosotros que no estamos dispuestos a dejar.

Lo que nos debe quedar claro es que el seguir a Jesús tiene un costo, y que en determinados momentos de la vida nos va a parecer que éste es demasiado, o que la recompensa es poca o muy lejana. Nos va a parecer que es demasiada llamativa determinada cosa, persona o creencia como para no irnos tras ella, sobre todo cuando enfrentamos periodos de cambio en nuestra vida, producido por algún acontecimiento fuerte: perder un ser querido, perder posición social o económica, no acceder a ciertos placeres llamativos, dejar a una persona sin la cual creemos que no podremos vivir, etc.

Lo que yo le pido a usted es que se grabe y enseñe a los suyos, sobre todo a sus hijos, la respuesta de Pedro cuando Jesús les pregunto a los 12 si ellos también querían irse:

“Señor –contestó Simón Pedro–, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. (Jn.6:68 y 69).

Cada vez que usted esté en una encrucijada, cada vez que tenga la tentación de alejarse del Señor, porque seguirlo es muy duro, o cree que Él no le ha concedido algo que usted “necesita”, o simplemente la tentación es demasiado grande para aguantarla, pues es “todo lo que había soñado en la vida”, recuerde que nadie más tiene palabra de vida eterna.

Recuerde que no hay nadie más que le pueda dar gozo interno, que le de fortaleza en los momentos más duros, que le de consuelo en los más tristes y le conceda un propósito de vida más allá de usted mismo, por el que vale la pena  vivir e incluso hasta morir.

¿A quién voy?, esa es la pregunta que me hago cada vez que siento que no puedo más, que mis fuerzas se acaban, que ya no tengo más amor, o ganas de seguir ayudando a otros.

Es la pregunta que me hago cuando siento la decepción de personas que me fallan, cuando veo mi propia inutilidad delante del Señor, lo difícil que es vivir en santidad, y como parece que el servicio cristiano no da el fruto que espero.

Y es que sencillamente sin Él en mi vida, esta vida no merece ser vivida, no hay esperanza, y solo está la sensación de vacío interno, que inunda a todos los que no tienen a Cristo, pero por no conocer nada mejor, la mayoría lo tolera. El problema es que una vez que usted gustó el “don celestial” conoce la diferencia entre tener un propósito o simplemente sobrevivir.

Cuando la siguiente crisis venga a su vida, y usted sienta que no puede más y que debe salir de la fe, no se olvide de la pregunta más importante:

Si no es a Cristo ¿a quién iremos?


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