Por: Andrés Carrera
¿Se ha puesto a pensar alguna vez las razones por las cuales nos metemos en comportamientos dañinos, o nos vemos consumidos por algún deseo que sabemos solo nos va a llevar a la ruina emocional, espiritual o incluso física?
Mientras usted leyó el párrafo anterior, seguramente, usted pensó en el egoísmo, la codicia, la lujuria, la envidia, entre otras.
Como todos, usted no se da cuenta que eso son las consecuencias y no la fuente del problema. El hombre más sabio que ha existido nos dijo que el problema es otro, y ofreció una solución: “Por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida”. (Prov. 4:23).
Entendemos con claridad que a lo que el rey Salomón se refiere, es al centro de nuestras emociones y no al órgano vital.
Así que analicemos lo que se nos está enseñando.
Si usted es como yo, usted es muy bueno para monitorear su comportamiento y muy malo para revisar su corazón. Usted sabe lo que socialmente se permite o no. Incluso maneja los códigos de conducta que se exigen en cualquier iglesia, a la que usted asiste sin importar la religión.
De esa manera usted monitorea su comportamiento, poniéndose las máscaras que sean necesarias para ser aceptado por otros y por usted mismo. Entonces, si siente envidia, lo que hará es no mostrarlo y esperar que al no ver a esa persona se le pase. Si codicia lo que otro tiene, no lo muestra, e incluso tiene explicaciones para sus sentimientos, que evitan que usted mismo se dé cuenta de lo que siente.
Lastimosamente, en algún momento, más tarde o más temprano, la frustración saca su fea cara, y hacemos algo tan egoísta, o tan tonto, que herimos a los que más queremos e incluso a nosotros mismos. Las consecuencias son devastadoras.
Salomón nos dice que en lugar de controlar nuestro comportamiento, controlemos nuestro corazón, no permitiendo que sentimientos como los nombrados arriba, se alojen en nosotros produciendo un ser humano que tiene que enmascararse constantemente.
¿Cómo lo hacemos?
Creo que debemos prestar la receta de los Alcohólicos Anónimos, que nos habla de vivir por periodos de 24 horas (claro Cristo lo enseñó primero) y proponernos revisar nuestro corazón cada día, para que no se acumulen ciertos sentimientos dañinos en nuestro corazón.
Ahora, tenemos que entender que solo chequear lo que estamos sintiendo no es sino el primer paso para lograr la sanidad, debo encontrar cosas prácticas que hacer.
Déjeme darle dos ejemplos:
Si usted está sintiendo envidia, propóngase alabar a esa persona la próxima vez que la vea, aunque no lo sienta. Usted se acerca y la elogia por eso que usted envidia. Poco a poco, usted entrenará su corazón, para sentirse bien por lo que le pasa a otras personas y la envidia no se apoderará de usted.
Si lo que siente es codicia, propóngase hacer la donación más generosa que ha hecho en su vida, a la organización de caridad de su confianza o a su iglesia (no soy tan sinvergüenza como otros, para pedirle que me la de a mi) y así la codicia jamás gobernará su corazón.
¡Usted se imagina cuánto dolor acumulado sanaríamos si guardáramos nuestro corazón, en lugar de monitorear nuestro comportamiento! ¡Cuántas cosas menos de que arrepentirnos! ¡Cuánta culpa menos iríamos cargando en nuestra vida!
Se imagina cuánto más feliz sería en su matrimonio, si en lugar de acumular resentimientos que usted esconde, podría vivir todos los días limpiando su corazón hasta el momento en que cada amanecer la otra persona no le debe nada.
Se imagina como sería su vida si puede cada día perdonarse, limpiar la codicia, la envidia, la lujuria, porque simplemente las erradica de su corazón cuando todavía no han tomado control de éste.
Nosotros los cristianos, muchas veces, somos selectivos en nuestra lectura bíblica. Nos encanta repetir lo que Dios va a hacer por mí, pero no revisamos las disciplinas que me enseña para vivir vidas sanas emocional, espiritual y físicamente.
Guarda tu corazón amigo lector, no lo dejes suelto acumulando sentimientos que lo enferman. Contrólelo de cerca y observará como es mucho más efectivo chequear su corazón, que lograr que mi comportamiento no se salga de los parámetros permitidos.
Nuestra obligación cristiana no es cambiar nuestro comportamiento, es evitar que nuestro corazón se enferme, y eso redundará en el cambio externo. Nunca cambios de “maquillaje” hicieron feliz a nadie.