Por Andrés Carrera
Estoy prestando este título del libro “Más que un Carpintero” de Josh McDowell, porque me parece apropiado para lo que vamos a exponer en este artículo hoy.
Y es que pareciera que en el siglo XXI nos hemos olvidado de revisar todo lo que él y otros pasaron como creyentes, para poder hablar sin siquiera sonrojarnos, de prosperidad, de la fe que todo lo que pide lo alcanza, de un Dios que solo desea nuestra felicidad terrenal y que Su poder está a nuestra disposición para que alcancemos cuanta meta egoísta tengamos.
Si usted no ha leído la Biblia, déjeme contarle que Pablo era anteriormente Saulo de Tarso, y entra en las páginas de la historia debido a que su celo religioso hacía que persiguiera a los miembros de lo que el denominaba “culto religioso”, que eran los cristianos.
No solo los perseguía, consiguió permiso gubernamental para hacerlo. No solo los metía en prisión, los flagelaba, y su mayor placer era torturarlos hasta que digan que Cristo no era Dios, y si en el transcurso de las torturas moría, ¡pues qué bueno! pues no merecían vivir.
Milagrosamente, Dios llama a este personaje y lo transforma, convirtiéndolo de Saulo el perseguidor de la Iglesia, en Pablo, el misionero más grande que el mundo a conocido.
Uno pensaría (si oye a los predicadores actuales) que con un llamado tan claro, y una transformación tan completa, lo que pasaría después es que Dios va a apoyar su ministerio de forma milagrosa, que nunca tendría ningún problema, que toda puerta se le abriría para la expansión del evangelio, y que Dios contestaría positivamente todo lo que desee este ser humano con tan claro llamado.
No habría para él nada imposible, ¿pues quién de nosotros puede decir que tiene más fe que él? Probablemente tiene más fe que yo y todos mis lectores juntos.
La vida de este hombre debería transcurrir entre algodones, ya que su único objetivo de vida era servir a Dios y llevar a cuanto ser humano podía a la conversión. ¿Quién más que él, debería tener un trato especial de Dios, ya que es la principal figura del cristianismo, después de Jesús?
Veamos el pasaje de 2 Corintios: 12:7 al 10 para ver lo que sucedió con él, y compárelo, mi amigo lector, con lo que los predicadores modernos nos dicen:
7. “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera” .
Es interesante el uso de la palabra griega que traducimos por dado, que significa “un regalo esperado”, como cuando en Navidad usted ansía algo que cree que está debajo del árbol, solo para luego decirnos que este, era un aguijón, una espina clavada que molestaba constantemente.
Los eruditos han discutido que podía ser este “aguijón” y algunos piensan que era epilepsia y como en ese tiempo no se la entendía, podía hacer que la gente creyera que era un ataque demoníaco lo que haría más difícil que pudiera ser aceptado como apóstol de Dios. Otros creen que era depresión y nos bastaría leer en esa misma carta más adelante todo lo que le pasó para entender que podría ser eso. Algunos más piensan que eran migrañas o una debilidad en los ojos que le impedía escribir, leer y manejarse sin ayuda.
Si bien no sabemos que era, si sabemos que el “regalo” era doloroso, humillante y debilitante y no le permitía hacer con facilidad, lo que Dios le mando a hacer.
Así que hizo lo que cualquiera de nosotros haría en su lugar:
8. “respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí.”
Entendamos que no es que lo dijo casualmente tres veces, sino que en tres periodos de oración diferentes rogó, diciendo “Señor, esto no me deja servirte bien, por favor, llévatelo para poder hacer un mejor trabajo para tu gloria”.
Lo que respondió el Señor, a la tercera vez, es algo que sorprende:
9 y 10. “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”
Ninguna respuesta en las dos primeras ocasiones, y un NO rotundo en la última. Es decir, no solo tu dolencia va a ser, dolorosa, humillante y debilitante, sino que va a ser permanente. Te daré la fuerza para soportarlo pero va a seguir así.
¿Qué hizo Pablo con esta respuesta? Empezó a hablar de su aguijón sin problemas. No se enmascaró, no trató de que no la vieran. Si le preguntaban porque la tenía, simplemente contestaba que la presencia del Señor en él, se perfeccionaba en su debilidad, y que Dios le daba la fuerza para sobreponerse.
Cuando Dios contesta que NO, no es porque lo odia, es porque un bien mayor, ya sea para usted o para otra persona, va a salir de su lucha.
Recuerda la oración de Jesús en Getsemaní: “Padre si puedes pasa de mí esta copa”
Si no fuera porque Dios le respondió que NO, usted y yo no nos podríamos beneficiar de la salvación que su muerte y resurrección proveyó.
Yo no sé usted, pero yo agradezco esa respuesta porque sino yo seguiría en mis pecados, perdido y sin dirección. Seguiría sin propósito, sin entender el verdadero amor, viviendo por vivir y sin esperanza, y mi vida sería insoportable.
Su vida y la mía tendrán algunos NO como repuesta a nuestras oraciones, pero si entiendo que la pregunta no es: ¿Por qué?, sino ¿Para qué?, aprenderé que hay un bien mayor en cada respuesta negativa de mi Señor, a mis pedidos, que encima, si los examino de cerca, son muchas veces, egoístas.