El más grande filósofo cristiano del siglo XX

Por Andrés Carrera

Para la segunda parte de nuestra serie sobre los placeres y el dolor vamos a examinar algunos de los pensamientos sobre el tema, expresados por uno de los grandes pensadores de nuestra época: C. S. Lewis.

La vida de este hombre fue realmente solitaria. Como todo buen escritor, pasaba más tiempo metido en sus pensamientos que teniendo una vida social. Vivió por muchos años una vida aburrida. No conoció el amor sino hasta los 53 años, solo para ingresar a una lucha contra el cáncer de ella, apenas un año después.

Durante su enamoramiento expresaba “sentir a los 60, la alegría que tuvo a los 20”, solo para verla aplastada 40 meses después de haberse casado.

Agnóstico convencido, su conversión llegó por una vía completamente inusual: el razonamiento, que ciertamente es un camino para llegar a Dios, pero como él mismo reconocía, “no es único, ni el más seguro”.

El aparente conflicto entre placeres y dolor, ley y gracia, vida en el espíritu y en la carne, el mundo natural y el espiritual y todas las ideas aparentemente contradictorias en cristianismo, eran para él, un interesante desafío a conquistar. Lewis creía la frase célebre de su mentor G. K. Chesterton, que no veja ningún problema en esta dualidad que pueden convivir: “El cristianismo superó la dificultad de combinar opuestos furiosos al mantener a los dos y mantenerlos furiosos”. Lewis creía en un delicado balance de amor al mundo sin idolatrarlo. Era ante todo un unificador.

Examinemos como habla de placer y dolor: “Nuestros dulces anhelos son indicios de una creación redentora por venir, la escénica de una flor que no hemos encontrado, el eco de una melodía que no hemos escuchado, las noticias de un país que no hemos visitado. El dolor tiene una función afín, ya que hace las veces de una especie de megáfono que nos recuerda que vivimos en un planeta caído en desesperante necesidad de reconstrucción. El dolor evita que veamos este mundo presente como nuestro hogar final”.

Siendo un hombre de letras y profesor de literatura tenía claro lo que realmente importaba y expresaba siempre que la salvación de un alma vale más que todas las epopeyas y tragedias que se han escrito.

Cuando hablamos de placeres, lo primero que debemos tener claro es que cualquier don de Dios, ya sea una aptitud natural o un placer cotidiano, llega a nosotros con un potencial de abuso, eso que llamamos hoy adicción. Los placeres tienen la fuerza para abrirse paso, fuera de cauce normal y usurpar la sumisión que debe ser entregada al Dador.

En su famoso libro “Cartas del Diablo a su Sobrino”, Lewis nos dice que la táctica del diablo es “un deseo cada vez mayor, de un placer cada vez menor” y eso es precisamente lo que la adicción es. Para él, la única protección es la de luchar por ver cada don natural y cada placer como destello de la gloria de Dios, disfrutándolo siempre de modo adecuado.

Hoy, vemos como se exalta la libertad absoluta de elección, cuando el cristianismo es algo más parecido a la paternidad. Respóndame usted amigo lector: ¿qué educador le diría a los niños que hagan lo que quieran? ¿qué consejero de adictos le permitiría a un alcohólico decidir cuánto beber?

Los cristianos somos llamados a vivir en el mundo con gratitud al Padre por todas las cosas buenas, y a la vez evitando que esos placeres nos esclavicen.

El novelista Philip Roth concluyó en su libro “La Mancha Humana”, que la vida humana es un viaje pasajero de hombres y mujeres que se enamoran, tienen hijos, envejecen y mueren, dejando solo una mancha sobre la tierra, que no trasciende más de eso.

Para el cristianismo la fórmula es al revés, declarando que lo que aquí hacemos importa en la tierra y en la eternidad. Un pecador se arrepiente y los ángeles se regocijan. Un vaso de agua dado en el nombre de Jesús, es recibido en el cielo como una ofrenda, tal como un cántico de alabanza. La Biblia irradia seguridad de que cada momento de la vida tiene significado.

Lewis hablaba de esta seguridad y concluía que cuando lleguemos al cielo después de tantas decisiones confusas y caídas terribles diremos: ¡Oh, ahora entiendo!

Debemos entonces concluir, como lo hizo Lewis, que el placer sea el regente de nuestra vida y acciones. Dijo él: “No debemos pensar en ¿qué me gustaría hacer? sino, ¿qué querría el que Vive que yo hiciera?

Contestar esta pregunta de forma correcta es el centro de una vida de fe triunfante.


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