La Pantalla Pequeña

Por Andrés Carrera

Hoy empezamos una serie de artículos sobre el placer y el dolor, en la que vamos a intentar dar una perspectiva bíblica a estos dos extremos, que producen tanta controversia, como dudas de que Dios es real.

Permítame empezar esta serie con una historia real: En Ucrania en el 2004 se produjo lo que se llamó “La revolución naranja” y esta comenzó de una forma única.

Victor Yuchchenko se atrevió a desafiar al partido comunista en las elecciones. Poco antes de darse éstas, sufrió un envenenamiento misterioso, pero a pesar de su debilitado cuerpo y rostro desfigurado decidió seguir en carrera y cuando llegó el día, las encuestas le daban un 10% de ventaja.

Cuando el canal estatal dio las noticias de los resultados anunciaron que Yuchchenko había sido decisivamente derrotado, finalizando uno de los fraudes más grandes de la historia. Sin embargo, en la pantalla pequeña salía una mujer que traducía lo que se decía para las personas sordomudas y estas fueron sus palabras: “Me dirijo a todos los ciudadanos sordos de Ucrania. No crean lo que les están diciendo. Les mienten y me siento avergonzada al interpretar estas mentiras ¡Yuchchenko es nuestro presidente¡

El ejemplo de la interprete Natalya Dmitruk, generó que personas sordas enviaran mensaje de texto a sus amigos sobre las elecciones fraudulentas, hasta que la gente salió a las calles de Kiev vestidos de naranja, para exigir nuevas elecciones. La presión fue tal que lo consiguieron y los nuevos comicios dieron a Yuchchenko como ganador.

Cuando leí esta historia, no pude evitar pensar en que la iglesia debería ser como esta persona en una esquina de la pantalla, dejando ver que lo que se nos vende en la pantalla grande es mentira, e iniciado una campaña sobre cuál es la verdad.

Cada vez que el mensaje, es que los importantes son solo ciertas personas porque son ricas, flacas, famosas etc., nuestro mensaje debe ser que todos somos importantes, que los pobres también son bendecidos, y que aquellos que creen ser los primeros, serán los últimos.

Cuando el mensaje es: consuma, disfrute, dese el gusto y lo paga después, debemos mostrar cómo nos estamos matando por los excesos de gastos, tabaco, drogas, comida, y relaciones sexuales indiscriminadas. Literalmente, nos estamos destruyendo día a día.

Debemos mostrarle a la gente que la receta para la salud, ya sea para el individuo o la sociedad, está en ver el mensaje de la pantalla chica y vivir de acuerdo a esos preceptos.

Es la iglesia la que debe mostrar los principios por los cuales se puede experimentar placer y la forma como debemos trabajar con el dolor.

En el caso del primero, siempre ha habido una ambivalencia sobre él en todas las religiones, incluyendo el cristianismo. La batalla se da entre epicúreos y puritanos.

Permítame explicarme mejor: un epicúreo es aquel que cree que debe disfrutar todos los placeres que la vida ofrece. En el caso del cristianismo, sabemos que hay “placeres “ que llevan al desastre y por tanto los tratamos de evitar, sin embargo, disfrutamos de cosas como una vacación, buena música, buena comida, y en algunos casos hasta algo de vino (los detractores de C. S. Lewis decían que era un hombre que tomaba vino y fumaba, ¡pero sí que era cristiano!), mientras los cristianos puritanos irán por el legalismo, dirán que todo está prohibido y que cualquier placer es señal de “amar al mundo” y por tanto, no es de creyentes.

Así que, en esta lucha por tener balance y vivir la libertad que Cristo nos ofrece sin irnos a una vida disoluta, es donde está el secreto de disfrutar placeres legítimos y diferenciarlos claramente de aquellos que son pecaminosos.

Tenemos que ofrecer una visión alternativa de la vida como hicieron los apóstoles, que en lugar de reunirse para proclamar estar en contra de las luchas de gladiadores y las orgías romanas, enseñaban el gozo de servir a los demás y a Dios.

Al orar “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” (Mt. 6:10) se daban cuenta que allá no habrá indigentes ni gente hambrienta, por tanto, se dedicaron al “placer” de servir a los demás, de mirar a los demás con compasión, a prestar atención a las verdaderas necesidades humanas a mi alrededor.

A través de esta serie de artículos espero poder mostrarles la posición que creo yo debemos tener respecto a los placeres y como responder al problema del dolor.

Baste por hoy dejarlos con lo siguiente: La oferta de Dios es una vida de gozo y felicidad sin límite, cuando estemos en el Reino de Dios. Si aún no hemos llegado allá, ¿por qué cree usted que se merece tener felicidad aquí y ahora, y que Dios es injusto si no se la da?


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