Hola a todos: Habiendo terminado los artículos sobre placer, y antes de empezar el tema del dolor, que debe ser el más álgido para los creyentes, les envío este artículo del profesor Stam sobre lo que es bíblicamente profecía, para que aprendamos a distinguir entre mentira y verdad.
Dios los bendiga, Andrés
¿QUÉ SIGNIFICA PROFECÍA?
Por Juan Stam
Si vamos a hablar de una iglesia profética, debemos aclarar bien el concepto bíblico de “profecía” y “profético”. Hay una confusión casi universal sobre el sentido de estos términos. La gran mayoría entiende “profecía” como sinónimo de predicción o vaticinio, en el sentido exclusivo de su elemento predictivo. Esa definición se deriva de la cultura secular (los oráculos griegos, la Sibila, las “profecías” de Nostradamus) o hasta del ocultismo (videntes o “profetas” sensacionales que pretenden anunciar cosas secretas).
El problema con esta definición popular es que toma un solo aspecto, y no el definitivo o más importante, y lo confunde con toda la realidad del profetismo. No cabe duda de que Dios puede revelar a sus profetas acontecimientos futuros, y lo ha hecho. Es evidente que eso es un aspecto de los libros proféticos de la Biblia. Pero eso no es la esencia de la profecía. Como puede haber “predicciones” del futuro (hasta acertadas) que no son profecía, puede haber también profecía sin que sea predictiva. Si limitamos la profecía a sólo su parte predictiva, desde esa parte aislada y distorsionada, terminaremos malentendiendo todo lo que es la profecía en sentido bíblico.
Douglas Stuart señala que cuando los profetas anunciaban el futuro, “era usualmente el futuro inmediato de Israel, Judá y otras naciones vecinas; no nuestro futuro” (Eficaz 148). Afirma además que “Menos del 2 por ciento de las profecías del Antiguo Testamento son mesiánicas; menos del 5 por ciento describen específicamente la edad del Nuevo Pacto y menos de 1 por ciento se refieren a sucesos que todavía están por ocurrir” (p. 147)
Es evidente también que “Los Profetas Anteriores” del canon hebreo (de Josué hasta 2 Reyes) no se caracterizaban por predecir lo futuro ni se consideraban “proféticos” por esa razón. La primera persona llamada “profeta” en la Biblia es Abraham (Gén 20.7) y el pionero y prototipo de toda la profecía es Moisés (Dt. 18.15-22; cf. Hch. 3.22s; 7.37; también María, Ex 15.20). Ellos, así como también Samuel, Elías, Eliseo y muchos otros profetas, no solían anunciar acontecimientos futuros; no eran profetas porque vaticinaban. De igual manera, ningún libro era “profético” por razón de su elemento predictivo, ni todos los libros proféticos tenían necesariamente que “profetizar” el futuro.
Un hecho muchas veces olvidado es que el fundador y modelo de la “línea profética” en Israel fue, precisamente, Moisés. ¿Y por qué fue profeta Moisés? No porque vaticinara eventos futuros sino porque Dios habló por su medio al pueblo de Israel. Varios pasajes revelan el verdadero sentido y base del carácter profético de Moisés:
¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien?…Tu hablarás a él y pondrás en su boca las palabras, y yo estaré con tu boca y con la suya, y os enseñaré lo que hayáis de hacer (Ex. 4. 14s).
Mira, yo te he constituido dios para Faraón, y tu hermano Aarón será tu profeta. Tu dirás todas las cosas que yo te mande, y tu hermano Aarón hablará a Faraón… (Ex 7.1s).
Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como hablaba cualquiera a su compañero (Ex. 33.11).
Aquí encontramos la esencia misma de la profecía: Moisés estaba llamado a estar en la presencia de Dios y escuchar su voz. Dios le mostraría lo que tanto él como el pueblo deberían hacer (Ex. 4.14a). Moisés como portavoz de Dios hablaría a Aarón, quien sería como “profeta” de Moisés para hablar con Faraón. El profeta primero se hace presente ante Dios, y después ante el pueblo. Es un vocero de Dios, que escucha su voluntad y la comunica al pueblo (Dt. 5.25-33). El profeta es un mediador entre Dios y el pueblo (Eficaz 148s).
Como profeta de Dios, Moisés transmitió al pueblo la ley fundamental del pacto del Señor. La función esencial de todo profeta en Israel era la de llamar al pueblo a cumplir esa alianza, cuyas condiciones, bendiciones y represalias comunicó Moisés al pueblo (Lev. 26.1-13; Deut. 28). Gran parte de la profecía predictiva era el anuncio del cumplimiento de esos mismos términos del pacto sobre el pueblo: ante la obediencia Dios dará fertilidad, buenas cosechas, salud, prosperidad y seguridad (Amós 9.11-15); ante la desobediencia Dios responderá con plagas, epidemias, destrucción (Os 8.14), deportación (Os 9.3) y otros castigos (Eficaz 150). Por eso, las profecías pre-exílicas (siglos VIII a inicios de VI), cuando el pueblo estaba en mucho pecado, se concentran en amonestaciones de un pronto juicio. En cambio, las profecías durante y después del exilio (después de 722/587 a.C.), cuando el pueblo ya había sido castigado, dan su mayor énfasis a la esperanza, en los términos básicos de las bendiciones del pacto.
Muchos pasajes, sin embargo, no incluyen ningún anuncio, ni aun para el futuro cercano, mientras otros se extienden hacia un lejano horizonte escatológico. Sean pasajes puramente didácticos, o sean predictivos de un futuro inmediato o de un futuro lejano, siempre se orientan desde la perspectiva de las realidades presentes del pueblo de Dios, no desde alguna perspectiva especulativa de realidades aún no existentes.[3] Y esa dimensión predictiva, cuando está presente, aparece en función del motivo central del profetismo: el cumplimiento del pacto de Dios con Israel y todas las naciones (Eficaz 149).
W. E. Vine (p.190) concluye, muy acertadamente, que “la profecía es mucho más que el vaticinio de eventos futuros. En realidad, la preocupación primordial del profeta es hablar la Palabra de Dios al pueblo de su tiempo, llamándoles a volver a la fidelidad al pacto”.
Eso implica una manera distinta de entender los términos “profecía” y “cumplimiento”, al estilo bíblico. De los muchos textos antiguotestamentarios citados como cumplidos en Jesús, pocos tienen carácter estrictamente profético-predictivo. A veces, especialmente en el evangelio según Mateo (donde aún aparecen con alguna de las “fórmulas de cumplimiento” que tanto usa ese autor), de hecho no señalan más que paralelismos entre un episodio antiguo y otro en la vida de Jesús.[4] Estos pasajes emplean el relato antiguo en forma descriptiva para dar énfasis a alguna enseñanza o para indicar las continuidades básicas de la historia de la salvación (túpoi, I Cor. 10.6), sin verlo necesariamente como predicción (cf. Mt 2.15;17,23; 4.14; 8.17).
Estrictamente, según nuestra moderna manera de entender “profecía” y “cumplimiento”, un acontecimiento puede considerarse el cumplimiento de una profecía predictiva sólo si están presentes dos condiciones: (1) el pasaje del AT debe ser claramente predictivo, en una forma en que lo hubieran entendido así en los siglos antes de Jesús y (2) el autor del NT también debe plantearlo como un cumplimiento explícito, en los mismos detalles específicos del pasaje original.[5] Pero eso no es típico del Nuevo Testamento. La forma tan libre y flexible en que los autores novotestamentarios utilizan el esquema de “promesa” y “cumplimiento” corresponde más bien al pensamiento bíblico y el sentido hebreo de la profecía.
Por eso, sería un grave error suponer que “profetizar” consistiera esencialmente en predecir el futuro. Bíblicamente, los profetas suelen morir asesinados, pero a nadie se le asesina por predecir el futuro, sino por denunciar el pecado y la injusticia. Aunque el mensaje de los profetas a veces incluía realidades futuras que Dios les revelaba, ser profeta era (y es) muchísimo más que ser vaticinador. El profeta es alguien que sirve de canal de comunicación entre Dios y los seres humanos. En hebreo su título más común, NaBîA (Gn. 20.7), probablemente significaba “uno que ha sido llamado” (Albright) pero también “uno que llama”, alguien que habla y actúa de parte de Dios. Se llama también “vidente” (JoZôH, 1Cr 9.22; 21.9), especialmente en I y II Crónicas. El profeta es un visionario, uno que ve realidades que otros no ven, que ve todo como Dios lo ve. También se llama “varón de Dios”, alguien (hombre o mujer; Ex 15.20-21) que pertenece al Señor y vive muy cerca de Dios (1 R. 17.1).
Podemos encontrar un perfil del testimonio profético en el llamamiento del profeta Jeremías, que está detrás de la comisión profética de Juan en Apoc 10. El profeta sabe que Dios lo ha separado desde antes de nacer como mensajero suyo a todas las naciones (Jer. 1.5). Cuando protesta su juventud y su poca elocuencia, Dios le responde, “vas a decir todo lo que yo te ordene. No le temas a nadie, que yo estoy contigo para librarte.” Entonces Dios extendió la mano y tocó su boca, diciéndole “He puesto en tu boca mis palabras. Mira, hoy te doy autoridad sobre las naciones” para arrancar y derribar, destruir y demoler, construir y plantar (1.10; cf. 18.7-9; 26.12; Dt. 18.18). El Señor ruge desde lo alto y manda a Jeremías profetizar (25:30). Igual que el llamado de Juan, la vocación de Jeremías es altamente política e internacional (Jer 1.5; Ap 10.11).
La iglesia es profética por naturaleza.
El profeta Joel anunció que en los tiempos mesiánicos Dios derramaría el Espíritu de los antiguos profetas sobre todos los miembros de la comunidad (2.28-29):
“Después de esto,
derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano.
Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán,
tendrán sueños los ancianos,
y visiones los jóvenes.
En esos días derramaré mi Espíritu
aun sobre los siervos y las siervas”.
En el Antiguo Testamento, el Espíritu de Dios sólo se impartía a ciertos individuos escogidos (sobre el Siervo Sufriente, Is. 42.1; cf. 11.2; sobre David, 1 Sm 16.13, etc.), no a todo el pueblo. Joel promete que cuando llegue el día del Señor (1.15, 25-28; 2.2, 10-11, 30-31), Dios dará su Espíritu a todos, sin distinción de edad (hijos, jóvenes, ancianos), sexo (hijas, siervas), ni condición socioeconómica (siervos, siervas). El Espíritu se dará en plenitud aun a los menos aventajados o calificados para tan grande don. El verbo “derramar”, repetido dos veces, indica una efusión abundante del Espíritu (Is. 32.15; 44.3; Ez 39.29; Zac. 12.10). Del contexto es evidente que la promesa tiene relación especial con el don profético. ¡En el reino mesiánico, todo el pueblo de Dios será portador del Espíritu de los profetas!
Esta promesa puede verse como la realización del anhelo de Moisés, cuando deseó que todo el pueblo fuera profeta (Nm. 11.25-29). Lejos de ser un caso aislado, esta efusión del Espíritu sobre todo el pueblo es central al nuevo pacto prometido por Jeremías y Ezequiel. Dios dará un nuevo espíritu a todos (Ez 11:19; 36.26-27), porque pondrá su propio espíritu en cada uno (Ez 37.14; cf. Is. 59.21). La fuerza interior del Espíritu escribirá la ley de Dios en los corazones de todos, transformando corazones de piedra en corazones de carne (Ez 11.19; 36.26-27). En las palabras de Jeremías 31.33, 34,
Este es el pacto que después de aquel tiempo haré con el pueblo de Israel – afirma el Señor – Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón…Ya no tendrá nadie que enseñar a su prójimo, ni dirá nadie a su hermano, “¡Conoce al Señor!”, porque todos, desde el más pequeño hasta el más grande, me conocerán.
Esta promesa (citado en Hebreos 10:16) afirma, igual que Joel 2, el carácter profético de todo el pueblo mesiánico del Señor. El derramamiento del Espíritu sobre toda la comunidad será tan abundante y tan transformador que el conocimiento de Dios fluirá espontáneamente en todos (Jl. 2.28-29; cf. Dn. 1.17; 2.19, 28). Dios promete aquí que su Espíritu transmitirá a todos el don profético.
En el día de Pentecostés, Pedro afirma explícitamente, con toda claridad, que esta promesa ya se cumplió. [7] En el cuerpo de Cristo ya no quedan discriminaciones (Gal 3.28); el Espíritu es derramado copiosamente sobre mujeres y varones, viejos y jóvenes, esclavos y libres, judíos y gentiles (Hch. 2:39). “Todos fueron llenos del Espíritu Santo”, [8] nos dice Hechos 2.4, y “todos comenzaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse”. Ahora en Cristo se cumple el antiguo sueño de Moisés: desde el Pentecostés, todo el pueblo es portador del Espíritu de los profetas (Nm. 11.25-29).
El sermón pentecostal de Pedro, como constituyente para la iglesia que nace, puede compararse con el sermón inaugural de Cristo en Nazaret (Lc. 4.16-20). El Pentecostés marca programáticamente la naturaleza y la misión de la nueva comunidad como cuerpo de Cristo. Desde el Pentecostés, la iglesia es profética por naturaleza. Un testimonio no-profético no puede ser un fiel testimonio cristiano. El día de Pentecostés significa que para siempre la iglesia habrá de ser pentecostal y profética.