Siguiendo con nuestros estudios sobre placer y dolor, vamos a examinar la forma como un creyente, que quiere salir de la niñez espiritual basada en el legalismo, y aprender a tener una relación madura con el Señor, debe tener en cuenta para tomar decisiones sobre lo que debe y no debe hacer, una vez que entendió que la relación con Dios es lo que tenemos que cuidar y crecer en ella.
La pregunta a responder, en cuanto a la forma de conducirse dentro de la familia de Dios, es la misma, que se hacen los no creyentes que ven que viven desenfrenadamente sin tener el poder para resistirlo: ¿Cómo construyo un carácter para resistir las seducciones que hay?.
El hombre más poderoso y sabio que ha existido en la humanidad que se llamó Salomón, a pesar, de hablar de cómo vivir éticamente y de construir un carácter, falló miserablemente, a pesar de sus dones, perdió la brújula e hizo su vida añicos. Eso nos demuestra, que no es el saber las respuestas suficientes, es tener la claridad y el temple para aplicarlas.
Ya después de haber vivido y tenido todo lo que un hombre puede soñar en cuanto a placeres, incluso los prohibidos, se dio cuenta que su vida en lugar de llenarse se había vaciado, hasta llegar a declarar “Consideré luego todas mis obras y el trabajo que me había costado realizarlas, y vi que todo era absurdo, un correr tras el viento, y que ningún provecho se saca en esta vida”. (Ec.2:11). (1)
Hoy, voy a proponer a ustedes tres principios de ética cristiana, que debemos tomar en cuenta, para que analicemos si un particular placer, en ese particular momento, es legítimo o ilegítimo.
Debemos tener claro que cuando hablamos de placer en la ética cristiana, no estamos hablando de lo pecaminoso, sino de aquello que podemos disfrutar todos, como una caminata, un buen libro, el atardecer, etc., o aquellos que están en esa área gris, es decir, placeres que unos creyentes pueden considerar pecaminosos y otros no, como el caso del baile, hacer deporte, tomarse una copa de vino (en algunas culturas es normal), etc.
Principio 1.- Todo lo que te refresca, sin distraerte, disminuir o destruir tu meta final, es un placer legítimo.-
El gran filósofo cristiano C. S. Lewis decía que cuando un barco está en altamar debe preguntarse tres cosas: ¿Cómo hago para no hundirme? ¿Cómo hago para no chocar con otras naves? y ¿para que estoy en el agua? esa última pregunta es la que debes hacerte en este principio.
Cuando un consultor va a una empresa, lo primero que pregunta es ¿cuál es el propósito de la empresa? y se le da la visión y misión de la misma, y el trabajará para ver las formas más idóneas para llegar allá.
Lastimosamente, nosotros no hacemos lo mismo a nivel personal y no nos preguntamos, por ejemplo: ¿Cuál es mi misión como padre y esposo? No, simplemente dejamos que las cosas fluyan sin saber cuál es nuestro propósito de vida y entonces nos distraemos con cosas que pueden ser hasta buenas en sí mismas, pero que nos distraen de lo que estoy intentando lograr.
Usemos el ejemplo de John Wesley, el gran predicador de Inglaterra en el siglo XVIII: Produjo más de 40.000 sermones en su vida, anduvo a lomo de caballo el equivalente a 250.000 millas, trabajó con 15 diferentes lenguas, escribió libros. A la edad de 83 años se molestó con su doctor porque no lo dejaba predicar más de 14 veces a la semana, y a los 85 escribió: “La pereza está finalmente ganándome la batalla, cada día me cuesta más levantarme a las 5:30 de la mañana”
La razón por la que él hizo todo esto es, porque su misión de vida salió de una respuesta que su mamá Susana, madre de 19 hijos, le dio un día cuando pidió que ella le defina pecado. Esta mujer de Dios contestó: “John, todo lo que debilita tu pensamiento, la rectitud de tu conciencia, oscurece tu sentido de Dios o te quita la búsqueda de cosas espirituales, o sea, todo lo que te lleva a darle poder a la carne sobre el espíritu es pecado, no importa cuán bueno sea en sí mismo.”
Usted es único e irrepetible, y solo lo hará feliz encontrar el propósito para el cual Dios lo creó, por tanto, al encontrar dicho propósito, todo lo que no me distrae, disminuye o destruye mi meta final es legítimo para mí.
Principio 2.- Todo placer que pone en peligro un derecho sagrado de otro ser humano, es un placer ilegítimo.-
Un ejemplo de esto es la actitud del rey David. Un día estaba junto a sus tropas hablando de como extrañaba tomar agua del pozo de su pueblo. Tres de sus mejores hombres decidieron cruzar líneas enemigas y conseguirla.
Cuando regresaron y se la dieron él se negó a tomarla y la derramó, porque no podía gozar de un placer que haya puesto en peligro a sus fieles amigos.
No es legítimo un placer que daña a alguien, que nos hace ir contra la dignidad y el respeto de la gente, solo por complacer nuestros deseos egoístas. Al final, terminaremos repitiendo la frase de Salomón de la que hablamos, o lo que es peor diciendo como Oscar Wilde: “Por conseguir lo que quería dañé a mucha gente, pero no hay daño peor que el que me hice a mí mismo por llegar allá”.
Principio 3.- Todo placer, sin importar cuan bueno, que no es mantenido en equilibrio, distorsionará la realidad o destruirá nuestro apetito.-
Salomón dijo, “Si encuentras miel, no te empalagues; la mucha miel provoca náuseas”. (Prov.25:16).
El mayor regalo que nos podemos dar a nosotros mismos es una vida equilibrada. Seamos un ejemplo, trabajemos duro, pero vayamos a casa a ver a los nuestros.
Cuando usted aplica estos tres principios sobre el placer: tener propósito, que no afecte a otros y ser equilibrado, usted sabrá que debe y que no debe hacer, pero nunca se olvide de regocijarse en el mayor placer que existe:
SER UN HOMBRE O MUJER DE DIOS Y SERVIRLO.
(1) Transcribí solo el vers. 11, le pido lea todo el pasaje para que lo comprenda mejor.