Por Andrés Carrera
Un concepto que se escucha constantemente es aquel que dice que el Antiguo Testamento es el libro de la ley y el Nuevo Testamento es el de la gracia.
Creo que esa idea tiene un error fundamental y es que el tema de toda la Biblia es ese vehículo utilizado por Dios para que recibamos precisamente lo que no merecemos, es decir, la gracia.
Trataré en algunos artículos este tema, pero hoy me voy a concentrar en un ascendiente de Jesús, que solo llego a serlo debido a la gracia de Dios: Judá.
Judá era el tercer hijo de Jacob, y como el resto de sus nueve hermanos (Benjamín era muy pequeño) tuvo que vivir la experiencia de que su padre tenía un hijo favorito que se llamaba José, a quien le encargaba el controlar el trabajo de sus hermanos, y encima éste tuvo la audacia de compartir con ellos unos sueños que tenía, de que con el tiempo todos sus hermanos y aun su padre se inclinarían ante él.
Todo esto fue produciendo un odio de los diez hermanos de José y cuando vieron la oportunidad, conspiraron para deshacerse de él.
Mientras discutían que hacer con José, Judá tiene una idea genial que no solo lograba terminar con el problema, sino que, les iba a producir un poco de dinero adicional y vendieron a su hermano a unos traficantes de esclavos, y fueron a decirle a su padre que un animal salvaje había terminado con la vida de José.
De aquí en adelante el narrador de Génesis se concentra en la vida de José, quien pasa por algunas vicisitudes hasta llegar a ser el segundo al mando en Egipto y no se sabe más de sus hermanos, hasta que Moisés decide intercalar lo que sucedió con el autor de la idea de hacer sufrir a un inocente.
En el capítulo 38, se nos cuenta la historia del malvado que prosperó, y se nos dice que Judá se mudó a un pueblo a varios kilómetros de su padre y ahí se estableció, llegando a ser un hombre respetado en la comunidad, se casó y engendró tres varones.
El primero, llamado Er, resultó tan malvado, que Dios le quitó la vida temprano, antes de que tuviera descendencia con su esposa llamada Tamar. Había una tradición de esa cultura llamada “el matrimonio levítico” que protegía a las viudas sin hijos de la pobreza, mediante la cual la mujer podía ser reclamada por un pariente cercano y engendrar hijos con ella.
El segundo hijo entonces reclamó a Tamar y se casó con ella, pero también hizo lo malo delante de Jehová (Gen. 38:10) y murió sin dejar descendencia lo que ponía en línea al tercer y último hijo llamado Sela.
Judá pudo haberse negado a este matrimonio, pero eso hubiera significado un golpe a su reputación y probablemente a sus negocios, ya que quien no cuidaba a su familia no sería confiable para honrar los contratos comerciales ni se le podía confiar un cargo público.
En su más puro estilo de encontrar soluciones que no dañen su reputación, Judá le propone a Tamar que siga viviendo como una viuda acongojada hasta que Sela sea suficientemente mayor para casarse y rechace cualquier otra oferta de matrimonio. Este arreglo protegió la reputación de Judá, pero era un compromiso que no tenía intención de guardar, aunque Tamar si cumplió su parte del trato.
Nada pasó cuando Sela cumplió la mayoría de edad, ni tampoco cuando Judá enviudó, pudiendo ahí casarse con Tamar, y ella se dio cuenta que su tiempo de concebir se acababa y decidió “timar al timador”.
Encontró la oportunidad disfrazándose de prostituta del templo y teniendo relaciones con su suegro, quien pensaba que hacía una transacción comercial, cuyo precio acordado era una cabra. Puesto que no cargaba la cabra con él le dejó en prenda su sello y un báculo, lo que hoy sería dejar su licencia de conducir o cédula de identidad.
Judá cumplió su promesa de la cabra a los pocos días, pero no encontró a la prostituta por ningún lado. Pasaron tres meses y la vida de Judá volvió a la normalidad, hasta que se empezó a hablar en el pueblo de Tamar y su embarazo.
La respuesta del suegro fue la que se puede esperar de aquel que ve el pecado de otro, sin mirar convenientemente su propio crimen. La vergüenza familiar no se podía tolerar, había que matar a Tamar, mientras permanecían escondidas todas las transgresiones de Judá.
La historia culmina con Tamar esperando hasta último minuto para desenmascarar a su suegro, entregando los objetos que tenía guardados, y esta humillación pública produce un cambio en la vida de Judá, quien termina siendo el guarda de la vida de Benjamín ante su padre (Gen. 44:8 y 9), y dejando ver ante José que estaba dispuesto a cumplir su palabra (44:32 al 34) y no acomodarse a salir de un problema de la forma más conveniente para él.
Es José, al reconocer la mano de Dios en todo lo que pasó, el primero en mostrar la gracia al no ajusticiar a sus hermanos, sino darles perdón absoluto después de 20 años de ser vendido como esclavo y años más tarde se produce la muestra de gracia particularmente para Judá.
Jacob está muriendo y empieza a dar las bendiciones a cada uno de sus hijos. La bendición de la primogenitura todos esperan que se la den a José, quien pasó a ser el líder de la familia. Pasa Rubén, a quien no se la dan, pues se había acostado con una concubina de su padre. Sigue Simeón, quien había asesinado a un pueblo entero porque su líder había violado a una de sus hermanas.
Todos los demás hermanos esperaban similar suerte, pero al llegar al tercero que era Judá se da la siguiente bendición:
“A ti Judá, te alabarán tus hermanos; Tu mano estará en el cuello de tus enemigos; Se inclinarán a ti los hijos de tu padre. El cetro no se apartará de Judá, Ni la vara de gobernante de entre sus pies, Hasta que venga Siloh, Y a él sea dada la obediencia de los pueblos”. (Gen.49:8 y 10)
No solo se habla de una gran familia, sino de una gran nación, y su descendencia será de gobernantes y reyes. Judá no merecía nada de esto, su vida había sido una de engaño y abuso, sin embargo, Dios decidió enviar a su Hijo como descendiente de él.
La gracia encontró a Judá, porque la gracia no está destinada para personas buenas; ella destaca la bondad de Dios y el Antiguo Testamento está lleno de esta acción de Él.
Que hermoso es observar que Dios siempre está tratando a la humanidad a través de este concepto, y entender que esa es la forma como se relaciona conmigo porque “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. (Rom. 5:20)
No hay nadie más digno de gloria y alabanza que nuestro Dios, y ninguna palabra más hermosa que la gracia.