La Tarjeta de Regalo

Por Andrés Carrera

Ha habido momentos en mi vida cristiana, cuando un tema me ronda la cabeza y todo lo que oigo y leo tiene que ver con eso. Parecería que, a una iniciativa mía de trabajar sobre algún concepto, mi Señor decidiera darme muchos elementos para que lo entienda bien.

Si usted es un seguidor de este blog, habrá leído la semana pasada que traté sobre la gracia en el A.T., y después de eso todo lo que he oído y leído ha tenido que ver con el concepto para mi menos entendido de la vida cristiana: La Gracia.

Con todos estos pensamientos dándome vuelta la cabeza, me encontré hablando con un amigo creyente que al empezar la conversación expresó lo siguiente: “me siento como un pecador miserable”, comentario que nos llevó a conversar sobre el cimiento de nuestra relación con Dios.

Lo primero que le dije es que en mi relación con Dios yo soy medio sinvergüenza, porque estoy tan seguro que yo soy su hijo y el mi Padre, que sé que Él no se relaciona conmigo sino a través del amor que me tiene, no importa lo que yo haga.

No me entienda mal, sé que el pecado es terrible, sé que costó la muerte de Cristo, pero mi relación con Dios no se basa en que yo no peque, se basa en que estoy perdonado, soy su hijo, me ama, y debido a que le permito vivir en mí, dejo de pecar.

Si nuestra relación con Dios se basara en cómo nos comportamos, esta sería un verdadero desastre, y la dañaríamos todos los días. Debido a que Dios sabe esto, fundó nuestra relación no basada en lo que hago, sino en la mejor palabra jamás inventada: LA GRACIA.

La gracia significa un favor inmerecido y si usted no la entiende con claridad, su relación con Dios será la del “miserable pecador” tratando de pagar por el amor de Dios, dándose cuenta que no lo puede hacer, frustrarse y finalmente abandonar la vida cristiana porque solo le trae culpa.

Déjeme darle un ejemplo del problema: Supongamos que le doy una tarjeta de regalo de $100, pero usted en lugar de aceptarla, me dice: “sabe que Andrés, esto es demasiado qué tal si le pago $50”. Yo le digo no, como va a creer, es un regalo. Usted insiste y me dice “ok, te doy $25” y finalmente yo acepto. ¿Qué ha ocurrido? Usted ha convertido la tarjeta de regalo en una de descuento, por la que usted pagó algo.

Es lo mismo en mi relación con Dios: Él me dice: “está pagado”, y yo me paso el resto de mi vida cristiana tratando de devolverle algo de su regalo para ganarme lo que me ha dado, aunque la Biblia dice que es don de Dios y que no se puede pagar (Ef. 2:8 al 10).

Debido a esto yo no disfruto nada de la vida cristiana, ni es un gozo servir al Señor. Por ejemplo, si tengo un grupo de estudio bíblico en mi casa y lo hago porque es parte de mi pago al Señor, pronto será una carga que dejo de disfrutar.

Si voy a clase, o a la Iglesia, con esta mentalidad, nunca lo haré con el gozo del que sabe que su relación con Dios está bien, sino con el miedo que si no lo hago, no estoy dando mi pago por lo que Dios me ha dado.

Si usted es creyente, Dios lo ama y Su amor no cambia si usted no hace algo “espiritual”. Lo puede amar con pena, porque ve que usted no se goza en la relación con Él y se dedica a otras cosas que no lo llevan a no ser la persona que Él soñó, cuando lo creó, o lo puede amar con felicidad, cuando ve que aunque tropieza usted, camina hacia la meta.

Uno sirve al Señor, lee la Biblia, ora, va a la Iglesia, va a estudios bíblicos, porque todas esas actividades le producen gozo. Porque siente que de alguna manera como dijo el apóstol Pablo: “le es impuesta necesidad”, porque gracias a la gracia, entiende que es “mejor dar que recibir”, y porque no está preocupado de la relación vertical con Dios, porque entiende que la gracia es una base sólida que permite que esté seguro de ella, sino que se empieza a preocupar de la relación horizontal con las personas a mi alrededor, para que ellos vean la gracia, personificada en mí.

Si usted lee la Biblia se dará cuenta el énfasis que pone la misma de que amemos a nuestros semejantes, dejándonos ver lo que debemos hacer unos por otros, y que debemos amar como Él nos amó.

Cuando Pablo, quién había sido un fariseo perseguidor de la iglesia, se da cuenta que, salido él de una población, llegaron unos judaizantes a decir que los gentiles para hacerse cristianos, tenían que hacerse judíos primero por medio de la circuncisión, se pone furioso y escribe a los miembros de esa comunidad que de nada les sirve eso, terminando con una frase durísima para estas personas: “¡Ojalá que los que los perturban también se mutilaran! (Gal. 5:12).

Que concepto tan importante es éste de la gracia y que por medio de ella tenemos paz con Dios, porque nos permite gozarnos de esa relación incondicional y entonces preocuparnos de lo que debemos: nuestras relaciones con familia, amigos, extraños y aun enemigos.

Nos permite servir no por obligación, sino porque me encanta. Me permite testificar no porque me lo exige mi congregación, sino porque la gracia es tan buena noticia que necesito compartirla. Me permite tratar a los demás no con juzgamientos, sino con gracia que es la fuente más atrayente que deberíamos tener los creyentes.

Se imagina usted la revolución que generaríamos si en todas nuestras relaciones usáramos esta herramienta, si nos conocieran no por lo que sabemos de biblia, sino porque damos lo que nuestro Señor nos dio.

Se imagina lo que pasaría en nosotros si estuviéramos tan seguros de nuestra relación con Dios que sólo nos gozamos de ella porque el regalo ha sido dado.

Déjeme dejarlo con una frase del autor Philip Yancey en su libro “Gracia Divina vs. Condenación Humana”, que todo creyente debería leer:

“Si usted no abusa de la gracia, es que no ha terminado de entenderla”


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