Por: Andrés Carrera
Escribí hace algunas semanas un artículo sobre lo que debe ser el matrimonio y como debemos encararlo cuando somos creyentes.
Sin embargo, al terminarlo, me quedó ese sabor de boca que uno tiene cuando algo queda inconcluso y es que no hable ahí sobre qué pasa cuando nos enfrentamos a un divorcio.
Para explorar el tema, no voy a tomar tiempo en revisar que el divorcio es algo malo en la Escritura, puesto que nadie lo discute. Me voy a tomar eso sí, algunos párrafos para explicarle el por qué esta posición de Dios.
El Señor está interesado en nuestro bien e intenta a través de sus mandamientos evitar que nos hagamos daño. Por ejemplo nos dice no mientas, porque el ingresar en una vida de engaños nos hace daño a nosotros y a nuestras personas cercanas. Nos dice no adulteres, porque lejos del placer momentáneo que esto puede dar, los resultados finales son vacío, afectación familiar, zozobra y dolor.
Así mismo, el Señor prohíbe el divorcio puesto que este tiene consecuencias devastadoras para los esposos y sus hijos. Déjeme darles algunos ejemplos estadísticos hechos en estudios en EEUU:
- La expectativa de vida para hombres y mujeres divorciados es menor que para los casados.
- Las consecuencias de salud por un divorcio se comparan a fumarse una cajetilla diaria de cigarrillos.
- Tanto hombres como mujeres tienen un declive en su salud mental luego de un divorcio.
- Los hijos sufren académicamente y tienen mayor posibilidad de entrar en crímenes juveniles.
- Los adolescentes irán más fácilmente al consumo de alcohol y drogas.
- El efecto mayor en los hijos se verá en su adultez, donde los estudios demuestran serios conflictos en sus relaciones sentimentales, mayor que la de sus pares que vienen de un hogar que permaneció intacto. (A)
Con solo este pequeño resumen de consecuencias, nos debe quedar claro porque Dios nos hizo para ser uno y el divorcio, de ser posible, debe evitarse.
Pero queda la contraparte importante: los seres humanos y nuestra participación como creyentes en sus vidas y su recuperación de una experiencia traumática. Más allá de convertirnos en verdaderos jueces de estas personas, como vamos a hacer para ayudarlas.
Una de las cosas más duras que experimenta un católico – romano practicante, es que si se divorcia queda excluido de una de las practicas más importantes para ellos que es la eucaristía, con lo que pasan a ser verdaderos ciudadanos de segunda categoría dentro de esa religión.
Tenemos que entender que cuando una persona se divorcia, ésta no está excluida ni de la gracia de Dios, ni del poder servirlo, ya que, con la recuperación adecuada, esta persona que pecó (si así lo queremos entender), tiene la posibilidad de volver a empezar y nuestra responsabilidad es ayudarlo a volver a andar con el Señor y que no sienta que su estigma lo acarrea de por vida.
El divorcio ha sido parte de las comunidades religiosas en todo tiempo, ya que incluso los judíos, que consideraban a la mujer como propiedad de su marido, le daban a ella algunas posibilidades de divorcio: si su marido se negaba a consumar el matrimonio, si este contraía una enfermedad como la lepra, si era curtidor lo que le obligaba a reunir estiércol de perro, o si quería irse de tierra santa.
De manera que este no es un problema nuevo y debemos, en mi opinión, empezar a poner en claro cuáles son las situaciones en que un divorcio es lo más aconsejable, siendo siempre la última opción y son:
1.- El adulterio.- Esta es la única razón de la que habló Cristo como causal, y lo que me preocupa, es que he sido testigo de “consejeros” diciendo a creyentes mujeres sobretodo, que tienen que aguantar, que oren por su esposo para que venga a Cristo, y no ponen en la balanza lo que sucede con una mujer a la que continuamente la traicionan, quien terminará con su autoestima destrozada y pensando que ella de alguna manera es la culpable, poniendo incluso, su relación con Cristo en duda.
2.- El abuso.- Ya sea este físico o emocional, es para mí, una razón para salir de un matrimonio, y no podemos pedir, como a menudo se hace en las iglesias, que una persona se quede en una relación soportando esto.
Una situación de abuso puede llegar a extremos donde la vida peligra y el golpe sicológico que acarrea es tan grande que esa creyente abusada no puede ni vivir para Cristo, pues siente que este también la ha abandonado.
No podemos privilegiar que un matrimonio se mantenga a pesar de estas situaciones puesto que estamos exponiendo a seres humanos a no recuperarse nunca y no poder vivir una vida en Cristo Jesús.
Tenemos que hablar claramente contra estas situaciones, y dejarnos de silencios cómplices. Tanto el adúltero, como el abusador, deben salir de la vida de sus cónyuges. Claro siempre hay lugar para el arrepentimiento y el perdón, pero lastimosamente, vemos que eso no se da porque el consejo continuo es aguanta que ya va a cambiar.
No dudo del poder de mi Señor para cambiar vidas, pero sí de que la pasividad de la víctima de estas dos cosas, resulte en cambios.
Nuestra posición como iglesia, como conglomerado cristiano, debe ser estar de lado de la víctima y procurar que se aleje de una situación nociva, dejando atrás que se pueda considerar eso un pecado por parte de quien decide dejar que esto siga ocurriendo.
Cuando Cristo estuvo en este mundo nos enseñó que lo importante son las personas, y que debemos amarlas como Él nos amó. Dudo muchísimo, que si Él le hablara a una víctima de cualquiera de estas dos cosas, su consejo sería aguanta que ya va a cambiar.
En particular yo, siempre estaré del lado del matrimonio, y lo defenderé siempre como el ideal para una pareja, pero nunca estaré del lado del abusador y siempre le diré a la víctima de una de estas dos situaciones, que salga de esa relación cuanto antes.
Después de eso me preocuparé que la iglesia donde sirvo se preocupe de cuidar a esa persona, lograr que entienda que no es su culpa y que no es menos delante del Señor y de ayudar a restaurarla sin mirarla como quien es menos, para que pueda cumplir los propósitos que Dios tiene para ella.
La pregunta es ¿dónde lo encontraremos a usted?