¿Y Qué de mi Maldad?

Por: Andrés Carrera

Una de las principales objeciones contra la realidad de un Dios omnipotente, omnipresente y misericordioso es la realidad de la maldad en el mundo. Se nos dice que no puede haber un Dios así si los niños mueren y las injusticias se dan con tanta frecuencia. Los malos parecen sonreír y disfrutar mientras los “buenos” padecen persecución.  

La conclusión es entonces, según ellos, muy simple, o Dios no existe, o no es misericordioso y bueno, o simplemente no puede evitar lo que sucede porque no es todopoderoso.

He tratado con estos temas en este espacio semanal, por lo que hoy me quiero dedicar a otra pregunta mas punzante y que no queremos ni hacernos. ¿Y qué de mi maldad? Porque usted no tiene que ir muy lejos para ver la maldad, solo tiene que mirarse al espejo igual que yo. Porque aunque usted no lo quiera admitir tenemos perversidad en nosotros.

Permítame traer las palabras del psicólogo Berhart Mauer quien vivió desde 1907 a 1992 año en que se suicidó y que está reconocido como uno de los grandes de todos los tiempos y que no es ni de lejos un creyente. El escribió esto en la revista “American Sicologist” en 1960 en un artículo  llamado “El pecado: la menor de dos maldiciones:” Por algunas décadas, nosotros los sicólogos hemos mirado el tema del pecado y el ser moralmente responsable como el gran problema, y hemos declarado nuestra liberación de él, solo para descubrir que ser libre en este sentido, es decir, tener la excusa de que estamos enfermos en lugar de ser pecadores, nos ha dejado completamente perdidos. Al convertirnos en amorales, éticamente neutrales y libres hemos cortado las raíces de nuestro ser, perdido nuestros más profundos sentimientos de identidad, y como neuróticos nos estamos preguntando ¿quién soy yo?, ¿cuál es mi destino final? y ¿qué significa vivir?

Sí, mis queridos lectores, mientras no admitimos que este es un universo moral sustentado por una realidad espiritual solo nos encontraremos más perdidos cada día.

Así que, entonces, que hago con el problema de mi maldad. Yo creo que hay una de tres posiciones, caracterizadas por tres personajes bíblicos.

  1. José.- Cuando la esposa de Potifar se le insinúa y le deja ver que lo quiere en su cama, el responde con dos argumentos básicos por los que no puede acceder a sus proposiciones (Gen.39: 8 al 10). Mi amo Potifar me ha puesto a cargo de todo, y lo único que tengo restringido es a ti, yo no podría hacerle semejante traición contra él. Para evitar cualquier contra argumento sobre su relación con Potifar, José va de una vez al segundo argumento que fue el pecar contra Dios. Qué ejemplo nos da José, a pesar de sus continuas decepciones con Dios por lo que le sucedía jamás dudó de que él tenía que permanecer fiel a Jehová. Cuando muchos de nosotros, hubiéramos claudicado al ver que las cosas no nos salían de acuerdo a nuestros planes, hubiéramos abandonado a Dios y aceptado cualquier placer a nuestra disposición.
  1. David.- Este tremendo hombre de Dios, se dejó arrastrar por la lascivia dejándonos ver que usted puede tener el más grande momento de éxito en su vida destruido por una pasión descontrolada. Como escuché por ahí, no ha habido hombre tan sabio como Salomón, tan fuerte como Sansón, ni tan cercano a Dios como David, y sin embargo los tres cayeron en el mismo pecado. Por eso es que no siendo yo ninguna de las tres cosas debo correr ante la posibilidad de la fornicación. (1 Cor. 6:18). El pecado de David, no terminó ahí, siguió con un asesinato, y su alejamiento de Dios fue tal que causó terribles juicios sobre su nación. Además, consumido por la culpa permitió terribles pecados a sus hijos, lo que culminaron con una hija violada por un hermano, matanzas entre ellos y finalmente una guerra entre él y uno de sus hijos. En un momento de flaqueza todo se vino abajo, porque Dios puede perdonar nuestro pecado pero no nos libera de las consecuencias del mismo.
  1. Jacob.- Este embaucador y mentiroso fue enfrentado por Dios y este último le exigió que le dijera su real nombre, ya que ese había sido una de sus ofensas, embaucar a su padre fingiendo ser otro. Enfrentado de esta forma por Dios, Jacob decidió reconocer su pecado y volver a empezar permitiendo que Jehová guié su camino a pesar de sus dudas, y confiando en Él, incluso cuando a veces Jacob pensara que no era lo mejor.

Seguramente usted y yo ya no podemos hacer lo de José, pues ya caímos en la tentación y creímos la mentira de que es solo algo que no hace daño a nadie y que no se van a enterar o es solo una mentirilla, etc. Si solo recorriéramos la historia nos daríamos cuenta de los tremendos destrozos que han causado dos adultos que creen que sus actos no tienen consecuencias, y que van desde embarazos no deseados, a divorcios, a asesinato de fetos y hasta guerras encarnizadas, solo porque dos adultos decidieron que podían pasar un rato juntos que no tendría consecuencias. Y lo mismo es con cualquier otra decisión pecaminosa en cualquier ámbito de nuestra vida.

Les aseguro, eso sí, que no tenemos que quedarnos viendo las consecuencias de nuestro pecado y pensarnos indignos de hacer algo al respecto porque la conciencia nos lo impide. Así que, nos queda la tercera alternativa, que es hacer lo que Jacob hizo, ir donde Dios, reconocer nuestro pecado, entenderme perdonado y transformar mi vida para servirlo, y que Él haga de mi “una gran nación” de toda la gente en la que podré influir una vez libre de mi pecado y transformado por el poder del Espíritu Santo.

Eso sí que es GRACIA!


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