Por: Andrés Carrera
Empecemos este artículo con una pregunta ¿alguna vez ha tratado de negociar con Dios? Si usted, como muchos de nosotros lo ha hecho entonces puede ser que usted esté pensando lo mismo que los discípulos cuando Pedro verbalizó la pregunta más terrible que se le podía hacer a Jesús.
Si usted recuerda en Mateo capítulo 19, se cuenta la historia del joven rico. Este personaje que se acerca a Jesús buscando su aprobación, pues ha cumplido la ley desde muy niño y se consideraba intachable. A él, Cristo le responde la famosa frase de “vende todo lo que tienes dáselo a los pobres y sígueme”.
Recordará que lo que sigue en la historia es que este joven se va avergonzado pues tenía muchas posesiones, y que sigue la enseñanza de Jesús, de que “más fácil es pasar un camello por el ojo de una cerradura que un rico llegue al cielo”.
Lo que sigue no es tan conocido, y es la pregunta de Pedro del versículo 27: “¡Mira, nosotros lo hemos dejado todo por seguirte! –le reclamó Pedro–. ¿Y qué ganamos con eso?”
Que interesante ver que los primeros seguidores de Cristo estaban pensando en que había para ellos, observar como estos jóvenes seguidores de este Rabí creían que llegarían al poder político con el Mesías y que habría algo bueno para ellos al final del recorrido.
Hacia el final del ministerio público de Jesús, se dio un hecho que desencadenó que uno de sus seguidores lo entregara. Se dio en una pequeña aldea cercana a Jerusalén llamada Betania. Tres de los evangelistas nos cuentan detalles del acontecimiento que relatare aquí (Mt.26:6 al 13; Mrc.14:3 al 9; Jn.12:1 al 8).
Una mujer derrama un perfume carísimo sobre los pies de Jesús lo que causa una reacción desmedida entre algunos seguidores de Jesús. Pensemos el porqué.
Si los seguidores de Jesús pensaban que había que hacer una revuelta política se necesitaban dos grupos de personas: A los altos mandos religiosos y a los pobres dispuestos a pelear.
Podían olvidarse del primer grupo ya que Jesús se había dedicado a ofenderlos durante tres años, así que lo que quedaba era convencer al pueblo, y para eso había que hacer actos solidarios y se necesitaba dinero, que Juan nos aclara que lo guardaba Judas y que encima robaba de ahí.
Cuando Judas ve este tremendo desperdicio para la causa de la revolución él se da cuenta que está perdiendo el tiempo, Jesus no quiere revelarse como Mesías, y sea porque piensa que si lo entrega forzará su mano y no le quedará otra que dejarse ver, o porque cree que necesita un pago por su pérdida de tiempo siguiendo a alguien que no es lo que él creía, va y lo traiciona.
Vale decir de paso solamente, que la importancia de Judas para los sacerdotes no era que lo identificara, todo el mundo sabía quién era Jesús, sino que lo entregara cuando Él no estaba siendo seguido por la multitud, pues tenían miedo que se convirtiera en una revuelta si la gente lo defendía.
Todo esto nos lleva a ver que hay un pequeño Judas en todos nosotros, basta recordar las veces que negociamos con Dios. “Si yo me porto bien, entonces dame esto” “yo te sirvo, así que espero que no le pase nada a mi familia” y así por el estilo. Lo que nosotros hacemos no es distinto a la pregunta que Pedro hizo ¿que hay en esta relación para mí?
Ahora, si eso es algo que está dentro del corazón humano, ¿no será que debemos combatir eso, tanto internamente como en la comunidad de creyentes? ¿No debiera ser el egoísmo un enemigo a derrotar y algo con lo que debo pelear día a día?
Nuestro mayor problema es entender que en esta relación con Jesús, el dueño de nuestra vida es Él, lo que más importa es la soberanía de Dios y que nosotros somos personas a su servicio que le hemos entregado lo que somos para que Él haga con nosotros y de nosotros un instrumento para Su gloria.
Es que no entendemos que vivimos para Él, no Él para nosotros y que Su reino no es de este mundo. Nuestra vida es una continua muerte del yo para que viva Él en nosotros.
Entonces si nuestro problema es nuestro egoísmo y el entender que ya no vivo yo, sino Cristo en mi (Gal.2:20) ¿cómo es posible que ciertos predicadores “cristianos” exacerben el Judas interno que todos tenemos en lugar de enseñarnos como matarlo?
Cada vez que un predicador de estos proclama que Dios está interesado en que estemos felices aquí y ahora, que pidamos a Dios con fe lo que queramos, que Él nos lo dará porque es un Padre bueno y amoroso y quiere que yo tenga todas las comodidades y todo lo material que necesite, están logrando que mi egoísmo me lleve a Cristo, están contestándonos la pregunta que nunca debemos hacer en nuestra relación con Dios ¿que hay para mí?
Porque precisamente, es el despojarme de mí mismo, de lo que el cristianismo se trata, ese fue el ejemplo de la cruz. Por ir a buscar cosas lindas para ellos a través de la relación con Cristo es que tanta gente llena las iglesias y se va decepcionada, porque a la mayoría no se le da este beneficio económico o de salud permanente que proclaman con tanta seguridad.
Que pecado tan grande se comete, al proclamar estas mentiras y hacer que la gente siga a Jesús como Judas, que solo puede terminar como finalizó la relación de este hombre con Jesús: Al ver que mi situación externa no mejora y que no parece importarle a Dios darme lo que el mundo tiene para mí y creo merecer, me decepciono, me alejo de Él y me entrego a buscar la felicidad en las cosas que el mundo me ofrece.
¿Cómo será el juicio para una generación de predicadores que exaltan aquello que deberían combatir con toda su fuerza?
Me da escalofrío solo de pensarlo y mucha pena ver que son “ciegos guiando a otros ciegos” (Mt.15:14)