Por: Andrés Carrera
El otro día iba en mi carro y puse una estación cristiana de mi ciudad y estaban entrevistando a unos músicos profesionales que eran creyentes y que habían decidido nunca más tocar música, que ellos llamaron “del mundo”.
Antes de entrar en materia de lo que me interesa discutir en este artículo, me impresionó un comentario de uno de los conductores, que decía que en un país lejano (no logro recordar si era Vietnam o un africano) un grupo de creyentes habían decidido ir a una discoteca concurrida de la ciudad con un propósito evangelístico, y que lo que habían hecho es que en medio de esa música “mundana” se pusieron a danzar en el espíritu, y que había cambiado toda la atmósfera de la discoteca y la gente se abrió al evangelio.
Este es un típico relato cristiano, que los creyentes toman como verdad y que, en mi opinión, generan escepticismo en cualquier oyente medio informado de cómo funciona el mundo.
¿Cómo así no los abuchearon, golpearon e incluso sacado del lugar? ¿Cómo así no fueron presos? ¿Por qué la danza les dejó ver que era algo espiritual si la gente de esos lugares ni sabe lo que eso es?
Y así podría seguir, solo para llegar a la conclusión, que estos “testimonios” solo los dan en las iglesias, porque si los dieran en una corte de justicia, quedarían claramente desmentidos.
Me parece inconcebible, que los que decimos que tenemos una fe basada en hechos incontestables de la historia, contamos relatos como este, con el único objeto de provocar asombro en los que nos escuchan, y como ya han contado tantas cosas, los relatos pasan a ser cada vez más inverosímiles.
Con eso dicho permítame volver a la verdadera razón de este artículo.
Los músicos profesionales entrevistados fueron contando uno a uno como fueron decidiendo limitar su profesión solo a tocar música cristiana, y como el mundo de la música los tentaba muy seguido para que se incorporen a bandas que tocan en fiestas y esas cosas pero que permanecían en su decisión, que según ellos, era una decisión de fe que Dios respaldaba aunque las opciones de trabajo eran limitadas o nulas.
Tenemos que entender que las iglesias evangélicas manejan a la mayoría de sus músicos como un ministerio de voluntarios que no reciben remuneración y entonces aquellos que han escogido la música como profesión tendrán muy pocas oportunidades de recibir una remuneración por esa vía.
Me saltaron tantas preguntas oyendo a estos músicos, algunas de los cuales no tengo respuestas pero me parece muy interesante meditar en ellas.
Lo primero es entender si el ministerio de la música tiene requisitos especiales que no tienen los otros servicios en la iglesia. Por ejemplo, si yo soy un orador profesional y me gano la vida hablando, nadie vería mal que yo de un seminario de atención al cliente y cobre por eso en el mundo secular, mientras al mismo tiempo predico en una iglesia porque soy pastor de ella.
¿Alguien vería mal que un profesor de párvulos de profesión enseñe en un colegio secular además de dar clase de escuela dominical a niños? ¿o que una psicóloga profesional cobre por sus servicios aparte de trabajar para el ministerio de consejería de la iglesia?
Lo segundo es si hay algo de pecaminoso en tocar canciones no cristianas aunque no tengan letras ni inmorales ni ilegales, o si es el lugar el que las hace malas, o las altas horas de la noche en que se toca. ¿Qué es lo que hace que el músico profesional tenga que renunciar a sustentar a su familia con su actividad, cuando no pasa lo mismo con otras profesiones?
Comprendo perfectamente las tentaciones que en esa profesión se dan y que los lugares pueden ser sitios incluso de consumo, pero no es peor que tengamos músicos que al ver que su pasión aparentemente no es compatible con Cristo, se van de la iglesia para siempre.
No es posible, por ejemplo, que toquen música secular en un teatro o en un concierto, aunque no vayan a bares. Podrían ir a una fiesta, y no sería nada raro, que encuentren creyentes bailando, porque estos creen que no tiene nada de malo. ¿Cuál sería la diferencia entre eso y formar parte de la orquesta?
Me empieza a parecer que hemos santificado tanto este oficio de ser “adoradores” que ahora ellos sienten una responsabilidad tan grande que creen que no pueden “manchar” su vida utilizando los recursos que Dios le ha dado para otro menester que el de “llevar al pueblo a la presencia de Dios”.
Estoy de acuerdo que deben vivir vidas santas, pero no es una obligación mayor que la de otro creyente, con la sola diferencia que al estar al frente de la congregación él es más visible y por tanto, su vida será más observada que la de otra persona.
¿Qué pasa si un creyente tiene aspiraciones de ir a un concurso de canto como “The Voice” y gana? No puede seguir su sueño de grabar un disco y ser famoso.
¿Será difícil ser creyente y famoso? Claro, pero eso no frena a los pastores a no salir en televisión y promover sus prédicas, y si bien tendrán que ser cuidadosos, es como que me digan que ningún creyente puede ser político. Difícil si, pero no por eso prohibido.
Solo quiero saber el porqué, y es que mi Señor me enseñó a no quedarme con lo primero que me dicen, sino a preguntarme lo que es verdad y lo que no, sin importar cuanto se enseñe algo que no cuadra, y perdonen, pero esta diferencia entre músicos y otros servidores me resulta algo inentendible.
Espero que usted tenga una respuesta para mí, y sino que me acompañe a seguir preguntando el porqué de estas reglas exclusivas para los así llamados “adoradores”.