Por: Andrés Carrera
Yo entiendo que las posiciones que tengo sobre algunos conceptos “teológicos” que vienen con nuestra tradición evangélica pueden generar cierta controversia, pero déjeme pedirle que mientras lea estas líneas, lo haga, por lo menos pensando si lo que defendemos con tanta pasión es verdaderamente como fue generado y entendido por los primeros seguidores de Jesús.
También permítame solicitarle que si usted lee esto, trate de comprender mi posición de forma clara antes de decir que yo soy enemigo del diezmo o que no creo en la ofrenda porque eso sería faltar a la verdad.
Aclarado esto, empecemos el periplo sobre lo que Dios quiere que hagamos con nuestra administración del dinero.
La primera cosa que uno debe entender es que el dinero no es nuestro, sino que somos administradores (mayordomos) del dinero de Dios. Nada de lo que usted tiene es suyo, y no todo lo que cae en su mano es para su consumo personal.
Esta segunda presunción, es la que más nos mete en problemas, ya que, ni siquiera esperamos a que llegue el dinero y lo hemos gastado, puesto que todo es para mí y debo disfrutarlo lo antes posible, lo que genera preocupación de por vida por lo que tengo, recibo y gasto.
Esta vida de codicia que llevamos no la reconocemos en nuestro espejo, es decir, usted la ve en otras personas, pero de ninguna manera en usted mismo.
Lo segundo que necesitamos comprender es que debemos evitar que el dinero se convierta en nuestro dios, y la mejor forma de lograrlo es entregando un porcentaje de nuestros ingresos a otros.
La generosidad debe ser planeada, debe ser lo primero que sale de nuestro bolsillo y debe ser siempre porcentual a nuestros ingresos. Cuando no cumple estas características no estamos viviendo generosamente.
Si quiero tener paz, yo determinaré un porcentaje que entregaré a organizaciones o personas que lo necesitan. Aquí entra el tema de ofrendar dinero a la iglesia local.
La entrega del dinero a la iglesia local debería distar mucho de ser una obligación cuya omisión es un pecado, y debería ser el resultado de un corazón alegre y agradecido (2 Cor.9:7). Entonces, como en ella estamos haciendo un trabajo que logra, a través de la fe en Jesús, que se reconcilien esposos, los niños crezcan emocional y espiritualmente sanos, se lleva a otras personas a la fe en Jesús, etc. mi corazón estará alegre y emocionado de ser parte de ese movimiento y me convertiré en un voluntario para servir y me comprometeré con un porcentaje del dinero que Dios me permite ganar.
De paso, déjeme decirle, que si esa no es su realidad, entonces está en la iglesia equivocada y debe buscar una donde se sienta involucrado y valga la pena dar su dinero.
Aquí una reflexión: Una persona endeudada llega a Cristo y quiere servirlo con todo lo que tiene, y le enseñan sobre el diezmo y que es pecado no darlo porque Dios le pide que confíe en Él ya que no es deudor de nadie y cosas por el estilo.
Debido a esto la persona empieza a dar el diezmo, sólo para ver que sus deudas no bajan o incluso crecen, que sus hijos no pueden comer bien, entre otras cosas, y entonces el, al ver que Dios no responde, empieza a resentirse con Él y finalmente se aleja.
¿No es más lógico, enseñarle a la persona a tener un plan para salir de sus deudas en un tiempo determinado, mostrarle cómo dar un porcentaje menor al 10% para que se acostumbre a ser generoso, hasta que consiga la libertad para poder ser más generoso?
Es más lógico, pero eso requiere que nos preocupemos realmente por los problemas de la gente y no por cuanto recibe la iglesia o enseñarles a nuestros feligreses a ser libres financieramente.
De hecho, déjeme decirle algo con toda claridad: Si usted es creyente de más de 10 años y sólo da el 10%, usted no ha entendido el reino de Dios y usted no cree que vale más un alma que su comodidad.
Cuando yo estoy convencido que un alma vale cualquier sacrificio, estaré dispuesto a tener un carro Toyota (por decir algo) en lugar de un carro BMW, ya que los dos me llevan a donde quiero ir, y en lugar del status que me daría el segundo, prefiero usar el saldo para algo que pueda cambiar la vida de alguien y llevarlo hacia Cristo.
Quien entiende la gracia, quien entiende lo que está en juego, quien entiende lo que le costó a Dios nuestra salvación, no anda pensando en el 10%, sino en todo lo que puede dar, en reducir sus gastos lo más posible, porque eso puede hacer la diferencia entre alcanzar a alguien más para Cristo.
¿No sería usted más feliz si ese dinero que gastó en esa máquina de hacer ejercicios, que hoy es un tendero de ropa, hubiera servido para hacer la diferencia en la vida de alguien?
¿Qué tan diferente se sentiría si en lugar de endeudarse tanto por comprar un carro con “sun roof” que no ha abierto sino una vez en cuatro años, hubiera comprado uno sin eso y usado el saldo para llevar a Cristo a alguien?
Usted quiere vivir una vida generosa y con la cual tenga paz, entonces, haga un plan para salir de sus deudas y empiece un camino para vivir con estos mínimos:
Generosidad: 10%. Ojalá vaya a una iglesia a la que deba darle ese dinero.
Ahorro: 10%
Y gástese el resto.
Y cuando llegue a eso, empiece a mejorar el porcentaje de generosidad, ya que usted se podrá arrepentir de haber gastado un dinero en esto o aquello, pero jamás se arrepentirá del dinero que usted donó y que sirvió para una causa que vale la pena.
Inténtelo, vale la pena vivir así