Por: Phillip Yancey
¿Por qué un Dios bueno permite el sufrimiento? Es una antigua pregunta. Hace 4.000 años, una víctima de reveses personales, familiares y económicos habló a los cielos silentes y suplicó: “… hazme entender por qué contiendes conmigo. ¿Te parece bien que oprimas, que deseches la obra de tus manos…?” (Job 10:2,3). Todavía se hacen estas preguntas: “¿Acaso me odia Dios? ¿Es por eso que permite que sufra tanto?”
¿Por qué yo y no otros? Existen respuestas, no exhaustivas, pero sí suficientes para entender un poco el dolor, y para que aprendamos a beneficiarnos del sufrimiento. Veremos que aunque puede que el cielo no conteste todas nuestras preguntas, sí nos da las respuestas que necesitamos para confiar y amar a Aquel que, en nuestro dolor, nos pide que nos acerquemos a Él.
La vida puede ser difícil de entender. En el intento de abordar las crudas realidades de nuestra existencia, podemos frustrarnos fácilmente. Anhelamos respuestas al inmenso problema del sufrimiento. Incluso puede que nos preguntemos por qué a la gente buena le pasan cosas malas y a la gente mala le pasan cosas buenas. Muchas veces las respuestas parecen evasivas, ocultas, fuera de nuestro alcance.
Claro, sería lógico que a un terrorista lo matase su propia bomba, que un conductor temerario sufriese un accidente grave, que una persona que juegue con fuego se queme. Hasta sería lógico que un fumador empedernido muriese de cáncer.
Pero, ¿qué podemos decir de los hombres, mujeres y niños inocentes que mueren víctimas de un atentado terrorista? ¿Y del joven que sufre daños graves en el cerebro porque un conductor borracho provocó un accidente, o la persona cuya casa se quema sin que haya tenido ella la culpa? ¿O, del niño de dos años que contrae leucemia?
Es peligroso y hasta necio pretender que tenemos una respuesta completa al por qué Dios permite el sufrimiento. Las razones son muchas y complejas. Es igualmente impropio exigir entender dichas razones. Cuando el afligido Job del Antiguo Testamento se dio cuenta de que no tenía derecho a exigir una respuesta de parte de Dios dijo: “… Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía…” (Job 42:3). Sin embargo, Dios sí nos ha dado algunas respuestas. Aunque no sepamos por qué una persona en particular contrae una enfermedad, sí sabemos parte de la razón por la que existen las enfermedades. Y aunque puede que no entendamos por qué enfrentamos un problema en particular, sí podemos saber cómo lidiar con la situación y responder de forma que agrade al Señor.
Algo más. No voy a pretender que comprendo totalmente el sufrimiento que usted puede estar experimentando en este momento. Aunque algunos aspectos del dolor humano son comunes a todos, las particularidades son diferentes. Además, puede que lo usted más necesite en este momento no sea un bosquejo de cuatro puntos sobre por qué está sufriendo ni lo que debe hacer al respecto. Es posible que lo que más necesite ahora sea un abrazo, alguien que le escuche, o alguien que se siente con usted en silencio. Sin embargo, en algún momento querrá y necesitará que las verdades de la Palabra de Dios lo consuelen y lo ayuden a ver su situación desde la perspectiva de Dios. El sufrimiento constituye, sin lugar a dudas, el mayor desafío para la fe cristiana, dijo John Stott
Usted y yo necesitamos más que teorías que no han sido probadas. Es por eso que en lo que sigue, he tratado de incluir reflexiones de personas que han pasado por diferentes tipos de sufrimiento, tanto físicos como emocionales. Mi oración por usted es que su fe en Dios permanezca firme, incluso aunque su mundo parezca desmoronarse. ¿Por qué un Dios bueno permite el sufrimiento?
En nuestro dolor, ¿dónde está Dios? Si Dios es bueno y compasivo, ¿por qué la vida es a veces tan trágica? ¿Ha perdido Dios el control? O, si Él todavía tiene el control, ¿qué es lo que trata de hacerme a mí y a otros?
Algunas personas han optado por negar la existencia de Dios porque no pueden imaginarse un Dios que permita la desgracia.
Otros creen que Dios existe, pero no quieren nada con Él porque no creen que pueda ser bueno. Otros se han conformado con creer en un Dios bondadoso que nos ama, pero que ha perdido el control de un planeta rebelde. Aún otros se aferran con firmeza a creer en un Dios sapientísimo, todopoderoso y amoroso que de alguna manera usa el mal para bien.
Si escudriñamos la Biblia descubrimos que la misma presenta a un Dios que puede hacer todo lo que desee. A veces actúa por misericordia y hace milagros a favor de su pueblo. Sin embargo, en otras ocasiones ha optado por no hacer nada para impedir la tragedia. Se supone que esté íntimamente involucrado en nuestras vidas, y sin embargo, a veces parece sordo cuando clamamos pidiendo ayuda. En la Biblia, nos asegura que controla todo lo que sucede, pero a veces permite que seamos el blanco de personas malas, de malos genes, de virus peligrosos o de desastres naturales.
Si le pasa lo que a mí, seguramente anhela poder tener una respuesta a este enigmático asunto del sufrimiento. Creo que Dios nos ha dado suficientes piezas del rompecabezas para ayudarnos a confiar en Él incluso cuando no tenemos toda la información que nos gustaría tener. En este breve estudio veremos que las respuestas básicas de la Biblia son que nuestro buen Dios permite el dolor y el sufrimiento en el mundo para alertarnos al problema del pecado, para dirigirnos a responderle en fe y esperanza, para moldearnos de manera que seamos más semejantes a Cristo, y para unirnos, de forma que nos ayudemos mutuamente.
Imagínese un mundo sin dolor. ¿Cómo sería? En principio la idea puede sonar atractiva. Se acabaron los dolores de cabeza, de espalda, los males estomacales, las palpitaciones cuando el martillo le da en el dedo y no en el clavo, los dolores de garganta. Sin embargo, tampoco habría una sensación que le permitiese darse cuenta de que tiene un hueso roto o un ligamento desgarrado. No habría una alarma que le permitiese saber que tiene una úlcera haciéndole un agujero en el estómago, ni molestia que le advirtiera de un tumor canceroso que crece para invadir todo su cuerpo. No habría angina de pecho que le permitiese saber que los vasos sanguíneos que llegan a su corazón se están obstruyendo, ni dolor que le advirtiera de un apéndice herniada. Por más que aborrezcamos el dolor, tenemos que admitir que muchas veces tiene un propósito bueno. Nos advierte cuando algo no anda bien. El verdadero problema es la causa de la desgracia, no la agonía en sí. El dolor es simplemente un síntoma, una sirena o campana que suena cuando una parte del cuerpo está en peligro o se halla bajo ataque.