Por: Andrés Carrera
Cuando usted lea el título, lo primero que pensará es que voy a hablar de la canción que dice: “María Cristina regálame una rosa”, o tal vez no es de mi generación y ni sabe de qué estoy hablando.
Es mi esperanza que después de leer este artículo lo primero que venga a su mente al oír este nombre sea la persona de la que les voy a escribir hoy.
Mientras empiezo este articulo estoy en Orlando, Florida, en mi segunda capacitación del John Maxwell Team, aprendiendo de liderazgo, para poder enseñar a otros sobre todo en el mundo eclesiástico, los principios que deben llevarnos a dejar un legado.
Uno supone que ver a John Maxwell debe ser la principal atracción, pero aunque él es extraordinario, fue superado por la historia de esta mujer que el presentó en la plataforma y cuya historia contaré como la recuerdo, esperando no pasarme por alto algún detalle.
Su nombre es María Cristina y es de Portugal, hija de madre soltera, abandonada por ella cuando tenía 10 años, cuando la dejó de una amiga que ganaba el mínimo y tenía seis hijos a quien dijo que iba a la capital a hacer plata y mandarles dinero, pero nunca más volvió.
La señora con quien se quedó tenía la filosofía de que donde comen seis comen siete, pero a los pocos años murió de un paro cardiaco, dejando a María Cristina, todavía menor de edad, sin nadie. Debido a esto dejó los estudios y empezó a trabajar lavando ropa y como mesera.
A los pocos años, dice ella, se sacó la lotería, la aerolínea Emirates Airlines, la contrató como azafata, con lo que pasó a servir mesas en el aire, durmiendo en hoteles cinco estrellas y recorriendo el mundo. No podía creer que hacer lo mismo pagara tan bien.
Uno de sus viajes la llevo a Bangladesh, donde se quedó una semana, y se dio cuenta de la terrible pobreza que había en ese país, y los huérfanos que vagaban las calles sin nada que comer.
Decidió que tenía que hacer algo al respecto y pronto se encontró yendo a Bangladesh cada vez que tenía días libres para ayudar a cuatro huérfanos, al poco tiempo se hicieron seis luego diez, hasta que finalmente y sin saber cómo se convirtieron en 600 huérfanos a su cargo, sin tener la menor idea de cómo lograría mantenerlos y darles una educación.
Así que decidió hacer lo único que podía. Le preguntó a Google cómo hacer dinero rápidamente, y encontró que si se inscribía en una expedición al Polo Norte encontraría sponsors para el proyecto de huérfanos en Bangladesh. Así que, como no sabía dónde quedaba, ni cómo era, se inscribió y viajo al Polo Norte, rogando poder regresar con todas las partes de su cuerpo intactas.
Después de algún tiempo la plata empezó a escasear así que volvió a Google y encontró que si llegaba a la punta del Everest conseguiría sponsors así que, no sabiendo nada de cómo escalar, empezó a buscar un entrenador, pero nadie la quería adiestrar, hasta que encontró uno cuyo sueño era lograr que la persona más inepta para escalar llegara a la cima del Everest.
En un año lo logró y con eso consiguió sponsors para el orfanato.
Pero llegó la recesión y el orfanato estaba en peligro de cerrar así que volvió a Google y encontró que se podía convertir en la primera mujer en correr 7 maratones en 7 continentes así que lo hizo, pero la plata no vino. Luego averiguó que si se convertía en la primera mujer en escalar el Everest y cruzar a nado el canal de la Mancha lograría ayuda. Solo había un problema: no sabía nadar. Así que empezó de nuevo. Consiguió un entrenador y le dijo que en un año tenía que ser capaz de lograrlo. De nada valieron las explicaciones del coach de que él era alguien que enseñaba a nadar en piscinas y no en mar abierto y que era imposible hacerlo en ese tiempo.
En un año estaba lista, pero las corrientes le impidieron conseguir su meta por lo que tuvo que entrar en deudas y ya desesperada fue a Dubai a recolectar fondos en una conferencia donde habló antes del invitado especial John Maxwell. Su historia impactó tanto al Sr. Maxwell, que este la becó para entrenarse con él, en el Maxwell Team, y le permitió contar su historia en esta convención.
No sé si hay algún acontecimiento del que me estoy olvidando, basta decir que tiene 8 Records Guiness, pero en ese momento de la historia los 2500 asistentes a la convención casi no podíamos contener las lágrimas al ver a esta pequeña mujer portuguesa contarnos de su pasión por ayudar a estos 600 huérfanos.
Lo que pasó después fue sorprendente. El Sr. Maxwell le hizo una pregunta al oído y luego nos contó que él le preguntó cuánto necesitaba al año y su respuesta fue 300.000 dólares y él se comprometió a dárselos por 3 años, y apenas lo hizo la gente se empezó a levantar de sus asientos con plata en la mano, a pesar de las continuas instrucciones (por lo menos 3 veces) del Sr. Maxwell que nadie tenía que hacerlo. Fue tal la respuesta, que tuvieron que traer fundas para poner el dinero y cada vez tenían que traer una más grande. Se recolectaron 140.000 dólares.
Esta es la diferencia que la pasión por el servir a los demás hace. No tuvo que realizar telemaratones, ni ofrecerle a la gente bendiciones económicas de Dios si donas a tal o cual ministerio. No fue necesario hablar de las maldiciones por no diezmar, o retorcer la Biblia para sacarte dinero por medio de la culpa u ofrecerte ganar el 1000 por 1. Bastó el escuchar hasta dónde podía llevar a alguien la pasión por ayudar a los necesitados y como lo hacía, para que la gente saltara literalmente de su silla para colaborar a esos huérfanos en un país que la mayoría ni sabía dónde quedaba.
No nos enseñó ninguna foto de niños desnutridos, no apeló a nosotros, solo nos dejó ver con su ejemplo la vara alta que deberíamos ser capaces de llegar por ayudar a otros.
Esta historia me llevó a dos cosas: la primera a orar por María Cristina, que hasta donde conozco no es creyente (estoy seguro que el Sr. Maxwell está haciendo algo al respecto) y orar por sus 600 huérfanos de los cuales una que ya tiene 19 años está empezando a ser preparada en liderazgo para seguir los pasos de María Cristina.
Lo segundo me llevó a sentirme profundamente avergonzado. Yo no tengo 600 huérfanos a mi cargo, tengo un sin número de personas a mi alrededor que no conoce a Cristo y no es que no corro una maratón por ellos, ni siquiera soy capaz de tomarme el tiempo para conocerlos y hablarles de la única relación que les dará vida eterna, porque estoy cansado o me da vergüenza.
¿Dónde está mi pasión por aquel que murió por mí? ¡Qué vergüenza!
Hace mucho tiempo leí la historia de un condenado a muerte en Inglaterra en el siglo XVIII, que cuando iba rumbo a la horca, el sacerdote que caminaba delante de él lo hacía leyendo la Escritura y le ordenó que se callara. El sacerdote le inquirió que si ni siquiera cerca de la muerte quería estar cerca del Señor a lo que él contestó: “Yo no creo en eso, porque si yo creyera andaría descalzo por todo Inglaterra aunque esta tuviera tachuelas por todas partes, con tal de compartir esas noticias y no he visto esa pasión en nadie, así que no puedo creer en eso”.
Si usted me conoce sabe que soy un hombre apasionado, pero he decidido redoblar esfuerzos porque mi ciudad y país necesitan gente así para ver el amor de Cristo por ellos, y espero que donde estés leyendo esto, la historia de María Cristina lo inspire a usted también.
¿Porque habrá algo que nos pueda apasionar más que añadir valor a otros y mostrarles el amor de Dios por ellos?
Yo no lo creo, ¿y usted?