Por: Andrés Carrera
Una de las primeras cosas que una organización debe tener claro es cuál es su objetivo, cuál es su razón de ser y de existir.
Cuando uno ve la Iglesia Cristiana le queda claro que esta premisa no se cumple, pues no parece entenderse lo que se quiere conseguir o se equivoca el rumbo y no se va tras la misión que nuestro fundador nos dio.
Eso sí, Jesús si dejó clara la misión que le encargaba a esta institución que fundó y antes de volver al Padre les explicó que lo que debían hacer era ir y hacer discípulos a todas las naciones. Orden clara, que no admitía duda, suficientemente sencilla, imposible de interpretarla mal. Para que quede más claro aún, no dejó ninguna otra.
A pesar de esto, la iglesia ha perdido el objetivo porque:
Hemos reemplazado la palabra discípulo por convertido y nos dedicamos a campañas evangelistas, donde poco o nada hacemos para que las personas que asisten continúen un proceso de crecimiento espiritual.
Hemos confundido el discipulado con el ser estudiante de la Palabra en aula de clase, y encima solo acuden a estos programas, aquellos que desean obtener conocimientos extras y no es algo que se espera que todo seguidor de Cristo haga, a pesar de que esa fue la misión encomendada.
No entendemos que el discipulado es un compartir de vida, en donde el discipulador, comparte su vida con el entrenado, y lo lleva a conseguir la competencia, no solo el conocimiento mental. Déjeme darle un ejemplo amigo lector: Para que el discípulo obtenga paciencia no es necesario que se sepa todos los versículos sobre el tema, lo que es necesario es que logre ser más paciente y solo consigue aprobar el tema, cuando se convierte en más paciente y logre incorporar esta cualidad a su vida práctica.
Debido a que no discipulamos, sino que buscamos convertir gente (cosa a que no se nos mandó) es que tenemos categorías de cristianos: cristianos de domingo, no bautizados, no comprometidos y aquellos que están buscando más conocimiento. Según lo que Cristo ordenó, todos los seguidores deben convertirse en discípulos y la iglesia local, debe entender que todos sus ministerios deben ir logrando la formación de discípulos sin importar lo que hacen. Por ejemplo, si tenemos un ministerio de ayuda social, este no cumple la Gran Comisión si no busca discipular y por tanto, compartir forma de vida, con aquellos a quienes se ayuda.
Buscamos construir grandes templos y contamos la asistencia a la Iglesia y creemos que hacemos un buen trabajo si la asistencia aumenta, cuando según la orden de Jesús, lo que deberíamos contar es a cuántos estamos discipulando, a cuántos estamos acompañando en el proceso de madurez espiritual.
Los énfasis en las predicaciones no son exhortaciones a hacer grupos de casas donde se comparta vida y enseñanza, sino cómo hacer que Dios te bendiga con dinero, o que no va a permitir que te enfermes, o que tus hijos se metan en problemas. Nada de enseñarles a amar como Él amó.
Consideramos a los no creyentes, no como personas a las que tenemos que ir, conocer y convencer con nuestra forma de vida, amor para los nuestros y para los que no conozco, sino como personas que están fuera de nuestro “club” y a quienes debemos predicar para que vayan a la iglesia y se conviertan, pero no voy a dedicarles tiempo para compartir mi vida con ellos, y mostrar cómo el cristianismo no es una filosofía sino una manera de vivir.
Fue cumpliendo la orden de nuestro líder que el movimiento puso de cabeza al imperio romano.
Armados de un Mesías resurrecto y del mandato de amar a todo el mundo como Él nos había amado, se lanzaron a la tarea de hacer discípulos en todas las naciones, y se convirtieron en una fuerza tan irresistible, que la gente era atraída a ellos a pesar de que, al hacerlo, se convertían en enemigos del imperio.
Creo que podemos hacerlo de nuevo, si comenzamos a preocuparnos de hacer discípulos mostrando una forma de vida diferente y compartiendo esa vida con las personas que necesitan del amor incondicional de Nuestro Padre. Si en lugar de intentar ser la conciencia moral de la sociedad, nos convertimos en la fuerza que ama a aquellos que piensan distinto, que no juzgamos sino que mostramos como vive la gente cuando se convierte en discípulo del Mesías resurrecto al cual adoramos, tenemos la oportunidad de volver a tomar el impulso que el movimiento tuvo en sus inicios.
Hemos perdido el rumbo y somos las iglesias locales las que debemos retomarlo, generando verdaderas comunidades de personas que quieren llegar a ser discípulos de Jesús.