Por: Andrés Carrera
He decidido escribir un poco sobre tres concepciones cristianas, que hemos mantenido por años, y que considero generan serios problemas, de una forma o de otra, en nuestro andar cristiano o en nuestra defensa de la fe.
La primera tiene que ver con la que es más importante en nuestras creencias.
Desde la Reforma, el pueblo evangélico ha dicho con mucha honra, que somos el pueblo del libro, y que lo que dice ahí es la Palabra de Dios, inerrante, es decir, que no puede equivocarse en nada de lo que dice aunque el tema que aborde en determinada cita, no sea teológico, sino de otra ciencia.
En la mayoría de los círculos evangélicos, ni siquiera, se da lugar a decir que es infalible, es decir, que en cuestiones de doctrina no se puede equivocar, aunque los autores humanos podían equivocarse al analizar otras áreas del conocimiento, por la concepción equivocada que pueden haber tenido de la naturaleza en esos tiempos.
De manera que, la imagen que uno tiene de un evangélico, es una persona que va a la iglesia con su Biblia bajo el brazo, listo a estudiarla, porque de ella emana todo lo que Dios quiere para nosotros.
Efectivamente, no hay nada más fabuloso que ese libro, en mi opinión, pero tan espectacular como es, este no creo el cristianismo, sino que este fue el resultado de un evento, que produjo un movimiento, cuyos miembros escribieron, copiaron y protegieron documentos que se consideraron sagrados y que eventualmente terminaron en un libro.
Todo el movimiento arrancó cuando un domingo los seguidores de Jesús fueron a su tumba y la encontraron vacía, y nadie imaginó la resurrección, pensaron que se habían robado el cuerpo, y luego unas mujeres lo vieron vivo y en los días siguientes, otros de sus seguidores también.
Por eso es que la resurrección es tan importante para nuestra fe. Usted puede encontrar alguna inconsistencia aquí o allá, en la Biblia, y la explicación que le den puede que no termine de convencerlo, pero nadie puede negar que la resurrección fue el hecho que lanzó el movimiento, y es lo único que yo tengo que probar más allá de toda duda, porque como bien dijo Pablo: “si no hubo resurrección vana es nuestra fe” (I Cor. 15:14).
Cómo les dejé ver en las traducciones del artículo sobre la resurrección de Keneth Samples, hay pruebas más que contundentes, de que ese hecho aconteció, y casi nadie, entre los estudiosos y eruditos niegan que esto fue lo que la iglesia primitiva creyó desde el principio, y la razón por la que entregaron sus vidas defendiendo su fe.
La vida después de la muerte no era una filosofía o una utopía para esta gente. Ellos lo vieron con sus propios ojos y fue en esos momentos cuando entendieron algunas de las enseñanzas que Cristo había dado sobre la vida eterna.
Fue cuando lo vieron resucitado que entendieron que quería decir, cuando les dijo, que iba a preparar morada para ellos, cuando comprendieron lo que significaba que Él había venido para que tengamos vida y está en abundancia, que su reino no era de este mundo, entre otras.
Imagínese usted que sería pasar tres años con una persona que usted considera su maestro espiritual, que cree que es el Mesías enviado por Dios, y tan largamente esperado, al que no le entiende la mitad de lo que dice, y de repente es asesinado por el Imperio. Ha perdido, ha desperdiciado tres años de su vida siguiendo a un fracasado, y de repente, cuando no lo espera, cuando todo está perdido, una luz viene sobre usted y empieza a entender todo lo que le enseñaron y ve lo que el futuro le depara, una vida con Dios por toda la eternidad.
Puede ver lo que significa la deidad en su plenitud, acariciar lo que será una vida con Él y que no empieza cuando se muera, sino que arranca aquí y ahora, una vida que vale la pena ser vivida y que no le tiene miedo a la muerte, ya que nuestro maestro la venció y no nos toca pasar por ella.
Nada escrito puede cambiar vidas de esa forma, ninguna enseñanza por buena que sea puede producir cambios tan radicales, solo la presencia misma de Dios puede lograrlo, y eso fue lo que vieron y experimentaron los primeros creyentes y que nosotros debemos vivir, si hemos de buscar Su presencia en nuestras vidas.
La Biblia me habla de ese Dios y la relación que Él quiere tener conmigo y por eso la amo con pasión, pero ella no creó el cristianismo, la resurrección lo hizo y es el Mesías resurrecto, el que hace que yo la lea constantemente porque mi pensamiento en esto es sencillo:
Si una persona predice su propia muerte, que resucitará al tercer día, y después lo cumple, le creeré todo lo que diga y enseñe, porque es la prueba contundente de que es quien dice ser.
Y con ese acontecimiento el movimiento denominado iglesia nació.