El Mal (1)

Por: Andrés Carrera

Mi mente inquisitiva siempre está reflexionando sobre las distintas experiencias humanas y cómo se relacionan con el Dios que yo creo. Constantemente mi fe es puesta a prueba por el sufrimiento humano, sobre todo por aquel que es impuesto a gente indefensa.

También, es difícil creer en Dios y ver la muerte de amigos cercanos o de familiares. En mi caso, perdí a mi padre cuando él tenía 53 años, y he presenciado en un cementerio la tristeza que provoca la ausencia muy temprana de personas amadas.

Así que en esta serie de artículos quiero analizar de forma clara el problema del mal y el dolor, con la esperanza de que sirva de consuelo para quienes vemos la maldad imponerse o sufrimos una pérdida irreparable, o nos enfrentamos a una aflicción que no podemos soportar.

Empecemos por puntualizar que el mal es real y es una prueba irrefutable de que existe Dios, porque no podríamos decir que algo es injusto, a menos que sepamos qué es la justicia. La ley moral que nos exige ser justos tiene que haber sido dada por alguien, lo que nos lleva a un legislador moral universal.

En palabras del gran filósofo C. S. Lewis  “Cuando yo era ateo, mi argumento contra Dios era que el Universo parecía muy cruel e injusto. No obstante, ¿cómo había adquirido esta idea de lo que es justo y lo que es injusto? Nadie dice que una línea está torcida a menos que tenga alguna idea de lo que es una línea recta”. (1)

Ahora, el entender que el mal es real, me lleva al problema ¿Cómo puede un Dios infinitamente bueno y poderoso crear el mal?

La respuesta nos la dio Agustín de Hipona cuando dijo: “El mal es la carencia, la privación o la corrupción real de una cosa buena”. Es decir, el mal no tiene  existencia en sí mismo.

Pongamos de ejemplo una herida en su dedo de la mano. La herida es real, pero esta no existe en sí misma. Existe en otra cosa (el dedo) como privación o corrupción de este. De igual manera  sucede con la pudrición de un árbol, un árbol totalmente podrido ya no es árbol. La pudrición existe en el árbol como una corrupción del mismo, no es una cosa en sí misma.

Entonces concluimos que el mal no fue concebido por Dios sino que se dio como una corrupción de lo creado, en donde Dios lo permite, pero en ningún sentido lo produce porque él es absolutamente bueno y perfecto y no puede crear el mal. Por lo tanto esto nos lleva a una última pregunta ¿Si Dios no lo produce, de dónde salió? La respuesta es que Dios creó algo extraordinario pero peligroso, el libre albedrío.

Ser libre es algo beneficioso, pero tener libertad significa que yo puedo escoger algo distinto a lo bueno, porque sin eso no hay verdadera libertad. Ejerceré bien dicha libertad, cuando me aparte del mal y la manejaré equivocadamente cuando la use para hacer daño.

Eso es exactamente lo que hicieron Lucifer y Adán, creados como criaturas buenas, con el poder del libre albedrío, prefirieron lo que consideraron que era bueno para ellos, en lugar de lo que era importante para su relación con el Creador.

El pecado es una acción causada por uno mismo. Es la manera de ponerme en el lugar de Dios y buscar mis intereses egoístas. Es el mal operando en mí para ocupar el sitio de Dios, nunca es algo que el Padre provoca o hace porque en todas las ocasiones es mi libre albedrío decidiendo lo que me conviene y que el Señor no tiene mi mejor interés en Su mente.

Entonces ¿Qué aprendimos hoy sobre el mal?

Aprendimos que es real, que Dios no lo creó ya que es una privación o corrupción de algo bueno y no es una cosa en sí misma, y finalmente que es producto de que el Creador decidió no hacer robots, sino personas con libre albedrío, y que al tenerlo pueden elegir el mal, en lugar de su relación con Dios.

La próxima semana ahondaremos en el tema viendo por qué persiste el mal y si hay una razón para que permanezca como una realidad en nuestras vidas.

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