Por: Andrés Carrera
Después de haber establecido que el mal no fue creación de Dios y que es consecuencia del uso equivocado de la libertad que Él otorgó a sus criaturas, hoy quiero concentrarme en por qué no lo destruye y si el dolor producido por la maldad puede llegar a tener un propósito.
El argumento de los ateos y escépticos ha sido el mismo desde tiempos inmemoriales. Si hubiera un Dios totalmente bueno y todopoderoso destruiría el mal, por tanto, el que la perversidad continúe deja ver con claridad que tal Dios no existe, y o bien es malo o no tiene el poder para acabarlo.
El problema de este argumento está en la palabra destruir o acabar, porque es imposible terminar con el mal sin eliminar la libertad. Dios puede hacer todo lo que es posible hacer, no lo que es imposible o contradictorio.
Por ejemplo, no puede mentir porque eso va en contra de su carácter, ni hacer un círculo cuadrado porque eso es una contradicción en sí mismo. Tampoco puede forzar a nadie a que lo acepte involuntariamente porque una libertad forzada sería contradictoria en sí misma. Él nos busca incansablemente pero no puede obligarnos y por eso estas palabras de Jesús a los judíos (Mt.23:37).
Al destruir la libertad, como consecuencia de acabar con el mal, estaría terminando con todo bien moral, ya que si se me obliga a hacerlo no puedo tener ni crédito ni culpa, además no podría amarlo ni amar a otros ya que este debe ser libre por definición. No puedo destruir la posibilidad de que alguien haga un mal sin hacer lo mismo con la decisión de hacer el bien.
El plan de Dios sí es derrotar la perversidad sin acabar con la libertad, pero el hecho de que aún el plan no se haya realizado en su totalidad, no significa que no está en plena ejecución. No se puede decir que porque todavía no lo ha hecho esto nunca pasará.
Servimos a un Dios de generaciones, cuyo plan es más grande que cada uno de nosotros, y se demorará lo que tenga que demorarse para destruirlo sin que nuestra libertad y posibilidad de amarlo libremente se vea afectado.
Ahora ¿puede Dios hacer que el mal tenga un propósito? ¿A pesar de no haberlo creado o desearlo en la gente que ama puede conseguir algo bueno de eso?
Creo que no hay aflicción más grande que la muerte de un ser querido. Dicen los entendidos que es el dolor total y se maximiza en el tiempo cuando a esa muerte le precede una enfermedad larga y terminal.
Me tocó vivirlo con mi padre. Un cáncer de pulmón que pasó a la tiroides y después de año y medio de sufrimiento y dolor terminó falleciendo a sus 53 años. No creo que haya experimentado tristeza más grande.
Las preguntas en un caso como ese fluyen rápidamente: ¿por qué tan joven y dejando un hijo de 12 años? ¿Por qué falleció pocos días después de aceptar a Cristo como su Salvador, si hubiese sido un espectacular testimonio? Todas estas y más incógnitas sin repuesta alguna.
Para mi padre si fue claro cuando moría que dejaba a sus seres amados en manos del Dios que acababa de conocer y se fue sabiendo que nos dejaba en Sus manos sabiendo que el amor del Padre Celestial por nosotros era mayor que el suyo.
Entonces, tenemos que comprender que lo que en este momento está inexplorado no es necesariamente inexplicable, ya que nuestra naturaleza limitada nos impide ver todo el panorama. Pongamos el ejemplo de los órganos del cuerpo. Hubo un tiempo en que se pensó que teníamos 180 órganos que no tenían función alguna, hoy se ha reducido a seis.
A todos nosotros nos queda claro que aprendemos más lecciones duraderas a través del dolor que mediante la felicidad, que el dolor es un medio muy eficaz para desarrollar el carácter y deberíamos tener claro que Dios en ningún momento nos ha ofrecido felicidad total durante nuestra vida en este planeta. De hecho, lo contrario es cierto (Rom.5:2 al 4; 2 Cor.1:3 y 4; 4:17 y Sant.1:2 y 3).
El dolor nos impide que nos destruyamos a nosotros mismos, pero para lograrlo tiene que ser lo suficientemente fuerte para que llame nuestra atención, pero sobre todo, el dolor logra que no nos aferremos a esta vida y que siempre estemos deseosos de ir a aquella en donde este no existirá más y solo se respirará el amor libre y generoso entre personas que hemos decidido que eso es lo que deseamos para toda la eternidad.
Cuando estés experimentando un dolor o sufrimiento y te sientas que no puedes más lee este pensamiento de Elizabeth Cheney “Le dijo el petirrojo al gorrión: de verdad quisiera saber porque estos ansiosos seres humanos se afanan y se preocupan tanto. El gorrión le respondió: Amigo, pienso que debe ser que no tienen un Padre celestial que los cuida como a nosotros.”