Todos o Ninguno

Por: Andrés Carrera del Río

La pandemia nos ha causado serios problemas a todos. Los afortunados somos quienes no hemos perdido ni un familiar, ni el trabajo, aunque hayamos tenido la enfermedad cercana o nuestros ingresos se hayan reducido.

Las secuelas de esta pandemia han reprogramado la forma de hacer negocios y llevar relaciones. Han desaparecido la mayoría de las cosas que dábamos por sentadas o están en peligro de que eso ocurra, porque no funcionan desde febrero. En pocas palabras el año se esfumó.

La cantidad de depresiones, agotamiento mental, y otros problemas emocionales empiezan a mostrar su terrible rostro. Después de casi 6 meses con esta situación, las secuelas no son solo muertes físicas, sino la inseguridad con la que ahora vivimos el día a día.

Al tratar de vivir en lo que denominamos la “nueva normalidad”, en muchas partes del mundo estamos viendo rebrotes de la enfermedad, ya sea porque la gente no entiende el peligro real de la situación y no toma precauciones, o porque simplemente al volver a salir a la calle, la posibilidad de contagiarse existe.

Al querer retomar cierto “control” sobre nuestras vidas, una de las cosas que las personas desean es volver a los templos. En EEUU ha sido declarado actividad esencial y han abierto con cautela las iglesias. En otros países, como el que vivo yo, Ecuador, poco a poco se han ido tomando medidas que permitan regresar a ellas y aunque estamos en el proceso, algunas han iniciado su reapertura.

Estos son ciertos protocolos de bioseguridad que se han implementado:

  1. Reuniones de máximo 30 minutos, con no más del 30 % de su capacidad.
  2. Medir la temperatura a todo el que llega, y si presenta fiebre no permitirle el ingreso.
  3. Proporcionar desinfección o lavado de manos y limpieza de la suela de los zapatos a la entrada.
  4. Prohibida la entrada de niños o mayores de 65 años.
  5. No se pueden quedar conversando a la salida.
  6. Negado el uso de los baños.
  7. Está vedado cantar congregacionalmente.

Al salir a la luz pública estos protocolos, algunos pastores de la comunidad se reunieron con las autoridades para explicar que el culto evangélico no era igual a una misa católica y que muchas de estas cosas necesitábamos que se flexibilicen. La respuesta fue negativa.

Ahora viene nuestra disyuntiva: Hago las cosas como creo mejor, me apego a las restricciones lo más posible y cumplo con todo lo solicitado por las autoridades o simplemente no nos reunimos presencialmente.

Es interesante ver cómo hemos respondido: Algunos templos, sobre todo pequeños, han abierto con la primera alternativa, arriesgándose a ser clausurados. Tienen cultos de una hora, donde cantan y hay prédica, sin personas de más de 65 años ni niños, y pasan por los procesos de limpieza requeridos.

Otras están preparándose para abrir, pidiendo los respectivos permisos para hacer lo mismo. Hasta donde sé, nadie se va a reunir cumpliendo todas estas medidas solicitadas.

Lo que me lleva a la tercera alternativa. Peligrosa, diferente, atrevida, si se la quiere llamar así, y que la escuché de un predicador argentino que sirve en una congregación en EEUU y que la denominó como “o todos o ninguno”.

En la presentación de esta alternativa, él explicó que ningún político le va a decir cómo debe manejar la vida espiritual de su congregación, y que si él no puede hacer lo que tiene que hacer, simplemente seguirá haciéndolo por internet.

He hablado con otros pastores que tienen la misma postura que yo y que quiero implementar, pero por razones diferentes a las del pastor argentino.

1.- Considero, que si yo no puedo llevar a las familias completas al templo, entonces la reunión no tiene razón de ser. Somos llamados a ser una familia de familias en este movimiento denominado la iglesia, y si nos reunimos y parte de ella no está, la iglesia no está junta.

2.- Creo que es la oportunidad de oro para volver al plan original de iglesias en casa, sobre todo cuando nos dejen reunir en grupos de máximo 20 personas. Así podremos hacer una comunidad con ancianos responsables de ellas y alejarnos de la fe centrada en el templo y no en el movimiento denominado iglesia.

3.- Va a ser muy difícil manejar el distanciamiento social, especialmente entre los jóvenes y adolescentes amigos que se volverán a ver después de mucho y creo que si alguien se enferma o cree que se enfermó, en una de nuestras reuniones, generaría un problema hasta legal con el gobierno o con un particular. Incluso si va alguien solo para generar un escándalo.

4.- Pensar que la reunión del domingo es el centro de nuestra relación con Dios, no solo es un error, sino que es lo que genera principalmente la inmadurez espiritual.

Cuando todas las condiciones estén listas, regresaremos al edificio. En lo posible no voy a volver bajo estas condiciones, porque solo reforzará el modelo de templo que es lo que ha desviado al cristianismo de su fórmula original. Reforcemos las iglesias en casa sin miedo a pensar que los pastores nos quedaremos sin trabajo, ese es nuestro desafío, Dios nos lo ha servido “en bandeja de plata”.


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