Por Tito Campos.
Dentro de las distintas tradiciones de la cristiandad, el concepto de adoración ha variado según el énfasis de cada grupo, llevando a desequilibrios de cómo se entiende aquella muestra de admiración, reverencia y regocijo ante la presencia Divina. Unos enfatizarán más la música o el canto como muestra suprema de relacionarse con lo trascendente de Dios, otros enfatizarán el pan y el vino como momento sublime, otros darán el énfasis a la enseñanza o la oración y todo eso envuelto en sus propias liturgias desarrolladas dentro de sus propias organizaciones.
Si deseamos tener una perspectiva de cómo la iglesia del Siglo I A.D. hacía las cosas, debemos reconstruir el marco en cómo actuaban los discípulos; Lucas nos dice en Hechos 2: 42 – 46 los 5 elementos que caracterizaban una reunión Cristiana: siempre buscaban estar juntos y tener en común todas las cosas reuniéndose constantemente en las casas, comían juntos y luego de la comida partían el pan y bebían la copa, perseveraban en la enseñanza de los apóstoles y la oración, y velaban por las necesidades de los demás aun deshaciéndose de sus propios bienes. Esta dinámica no solo obedece a la funcionalidad práctica de la Iglesia, sino que encierra en cada elemento un componente de adoración único que es igual de importante que las demás.
El tiempo de comunión entre creyentes estaba matizado por conversaciones saludables y emociones estables, sanas (Col. 3: 8; Ef. 4: 25 -32), en dicho tiempo se daba la oportunidad de alguna canción donde la Obra de Jesús era el centro de dicha composición ( 1 Corintios 14: 26 – Ejemplo de canciones sobre Cristo Jesús en el N.T.: El Magníficat en Lucas 1: 46 – 55, El Benedictus en Lucas 1: 68 – 9, El Nunc dimitis en Lucas 2: 29 – 32) , La humillación y exaltación de Cristo en Filp. 2: 6 – 11, La supremacía absoluta de Cristo en Col. 1: 15 – 20, la recapitulación de los efectos de la Obra de Cristo Ef. 1: 3 – 14, Doxología Paulina 1 Ti. 1: 17, Himnos Juaninos: Ap. 4: 8, 11; Ap. 5: 9, 10, 12, 13; Ap. 5: 12, Himno Juanino de Consolación: Ap. 7: 14 – 117; Himnos de entronización Juaninos: Ap. 11: 15 – 19, Ap. 12: 10 -12, Ap. 15: 3 – 4; 16: 5 – 7; Himnos de victoria Juaninos Ap. 19: 1 – 18). Es válido hacer el ejercicio de comparar el contenido y conceptos de los cánticos de la Iglesia Naciente con la Iglesia Contemporánea y saber escoger aquellas composiciones que se comparten en el momento de la reunión de la Iglesia en casas. Esto apenas era uno de los elementos de la adoración.
El tiempo de compartir la comida y el partimiento del pan era todo un momento de adoración, puesto que se agradecía a Dios por la provisión, era el momento donde todos como iguales celebraban el banquete escatológico por adelantado y además era el momento propicio para compartir el evangelio de manera explícita con aquellas nuevas personas que asistían a la reunión, esta comida era reunirse para lo mejor, Cristo el pan de Vida y celebrar la comunión con El, por efecto de su presencia prometida entre los creyentes ( 1 Co. 11: 17 – 23). Este espacio de comer juntos y celebrar de antemano y compartir el Evangelio es adoración a Dios.
La Palabra ocupa un lugar particular dentro de esto, puesto que en la Enseñanza Apostólica a Dios se lo adora con el entendimiento (1 Co. 14: 15), Pablo además establece que la mente es cambiada con la renovación del entendimiento y de ahí procede el culto (adoración) racional (Ro. 12: 1 – 2). Esto sin contar que la llenura del Espíritu es sinónimo del corazón lleno de la Palabra de Cristo (Ef. 5: 18 Cf. Col. 3: 16). De tal manera que perseverar en la Enseñanza es parte de la adoración a Dios.
La oración tiene un matiz enfocado a las necesidades personales (Filp. 4: 6 – 7), el dejar atrás hábitos engañosos y pasiones caóticas (Stg. 5: 17), manejar la ansiedad (1 Pe. 5: 7), orar por la misión (Ef. 6: 19 – 20). Era un momento pleno no solo de alabanza verbalizada a Dios en gratitud sino de compasión y acompañamiento para los hermanos. Esto también es adoración a Dios.
El compartir las necesidades y proveer a quienes no tienen tiene un matiz de responsabilidad social (Mt. 25: 31 – 46), y que a su vez sea la manera en cómo logramos que otros adoren a Dios en Gratitud (2 Co. 9: 1 – 15, énfasis en el verso 12), también es considerado adoración a Dios.
Contemplando esta dinámica en la Iglesia local, la adoración está relacionada con todo lo que se hace en la reunión propiamente, la manera en cómo nos conducimos con los no creyentes y la responsabilidad civil que tenemos ante la sociedad en la cual nos desenvolvemos. Como conclusión, podemos decir que todo lo que hacemos debe ser para la Gloria de Dios (1 Co. 10: 31), nuestro accionar es una adoración constante.